La prensa deportiva es un vivero de desatinos. Así lo declara Alex Grijelmo en su reciente La punta de la lengua . Afirmación a la que, cualquiera que escuche o lea a los cronistas del ramo, no puede por menos que adherirse. Desde las expresiones sobadas y resobadas (no apto para cardíacos, campear en el marcador, lamer el larguero y mil más), al laísmo cada vez más contagioso (muy pronto ya serán el ciento por ciento de los comentaristas los que a la pelota la peguen), pasando por la supresión del artículo, cual yugoslavos (golpea con pierna izquierda, avanza por banda derecha).

Hace unos meses, pudimos leer que Milito no podría jugar el siguiente encuentro por sufrir de un "pinchazo en el lumbago", que ya es mala suerte, pues tener un dolor agudo y persistente en la región lumbar, que es en lo que consiste el tal lumbago, y añadirle la propina de un pinchazo en él, es para desesperarse. Y en el partido en que se enfrentó España a Bosnia, a Valerón tuvieron que "cortarle la hemorragia de sangre", puntualización muy necesaria, para que nadie pudiera pensar que el canario emanaba aguarrás, o zumo de papaya. Por otra parte, los jugadores de fútbol ya no se entrenan. No, no es que ahora estén todo el día tirados a la bartola; ahora se ejercitan. El único inconveniente es que la palabra abandonada define esa actividad con mucha más precisión.

En lo que sí han cambiado los comentaristas es en el talante (vaya, se me escapó la palabrita). Cuando Di Stéfano era joven, los locutores, aparte de exclamar ¡gol! en vez de un ¡gooooooool! ridículo por exagerado, adoptaban siempre un aire serio y trascendente. Ahora, parece que tienen la obligación de estar continuamente graciosetes y llanos. En el último partido Real Madrid-Osasuna, filosofaban dos de Onda Cero sobre si el equipo blanco adolecía de precipitación o, por el contrario, de ansiedad. El que abogaba por lo segundo aportó el dato de que "a algunas personas la ansiedad les provoca una cagalera que les hace estar un par de horas en el váter". Aserción que no demostraba nada, pero tan contundente y perfumada que dejó al compañero sin argumentos en contra, pues ahí terminó el combate dialéctico.