El paso del tiempo suele ser visto como un inconveniente para los ídolos musicales, pero no parece el caso de Madonna, que se mantiene en lo alto, tomándose el desafío al calendario como una más de sus muchísimas transgresiones. Estrella de larga trayectoria en un entorno, el pop, asociado a la fugacidad, referente de la liberación sexual y figura de mujer total, tan artista como empresaria, inspiradora del empoderamiento femenino, Madonna Louise Ciccone afronta desde la atalaya su 60º cumpleaños, que celebra hoy, 16 de agosto.

Su longevidad como icono pop de masas quizá contraríe a quienes, en los 80, la ventilaron como gadget comercial efímero. Pero sus discos y, sobre todo, sus giras siguen movilizando multitudes y las sucesivas nuevas estrellas del ramo no dejan de mirarla con el rabillo del ojo: ahí están Lady Gaga, Katy Perry, Rihanna, Taylor Swift o Miley Cyrus, todas ellas admiradoras confesas de su sentido de la reinvención artística, su capacidad de incidir en la sociedad a través de la música, su don por proyectar al gran público ideas vanguardistas y su ejemplo de mujer dueña de su destino. Casi nada.

De juguete pop a icono cultural de largo alcance, Madonna, como hija de la era posmoderna, alienta el uso y disfrute de su figura desde muchos encuadres, del más banal al académico, invitando a descifrar claves feministas, políticas, antirracistas o místicas en sus canciones sin dejar de bailar. Ahí tenemos un sustancioso nuevo libro, Bitch she’s Madonna. La reina del pop en la cultura contemporánea (Ed. Dos Bigotes; el título alude a la canción Bitch I’m Madonna, de su disco Rebel heart, 2015), un ensayo coordinado por Eduardo Viñuela en el que una decena de autores vinculados a la Universidad de Oviedo (músicos y musicólogos, estudiosos de las artes visuales y del feminismo, historiadores y sexólogos) diseccionan su obra tejiendo un retrato integral del personaje.

Radiografía que comienza con la música: ahí, Igor Paskual, guitarrista y compositor, destaca puntos en común con David Bowie. Hablamos de su naturaleza camaleónica y su intuición al convertir en masivas estéticas y ritmos del underground, así como la naturalidad con la que utiliza músicos y productores en rotación para esculpir una obra propia. Trasladando eso al espectáculo, en el que las canciones presentan cambios de forma de una gira a otra, se establecen bloques temáticos con coreografías cambiantes y envuelven la música mensajes ideológicos, cobra forma lo que Lara González llama «marca Madonna», que es «como hacer la tortilla de patatas»: mezclando ingredientes, la cantante «ha convertido la libertad sexual, la religiosa y la lucha por la igualdad de género en targets mercantiles con los que ganar mucho dinero, siendo la música solo parte del proyecto». Todo ello, sin disimular sus influencias, ya sea Marlene Dietrich, La naranja mecánica o Abba.

MÁS ALLÁ DE LA MÚSICA

Madonna es la «empresaria suprema», la «superbusiness woman», apuntan en su capítulo Mar Álvarez (del grupo Pauline en la Playa) y Laura Viñuela. Mujer de negocios y sex symbol que a los 60 no se resigna y «lo quiere tener todo» y que, con sus desafíos de rol, interpela más a las mismas mujeres que a los hombres. Ya lo hizo en sus tiempos juveniles, en canciones como Papa don’t preach (que apuntaba al embarazo no deseado y al aborto), y sigue haciéndolo deleitándose en el desconcierto que ocasiona en sus tránsitos constantes «de virgen a puta, de princesita a macarra». La material girl «se ha establecido a sí misma como un sujeto sexual, no como un objeto sexual», destacan en su loa de esa Madonna faro de la mujer no supeditada al deseo masculino.

La voz de Holiday, Like a virgin, Material girl, La isla bonita, Music, Hung up… es mucho más que una cantante y compositora. Y ahora, en tiempos de empoderamiento no solo en clave feminista sino de antirracismo o de causa LGTBI, su trayectoria revela ciertos perfiles adelantados a su tiempo.

Tenemos a la virgen que insinúa una desatada promiscuidad, a la devota que besa un santo negro en Like a prayer, a la divulgadora del preservativo para combatir el sida, a la estrella mainstream que muestra escenas de homosexualidad y lesbianismo en el filme En la cama con Madonna, a la fan del bondage del libro Sex… Su idea de amor universal, hay que decir, no ha sido compartida por el Vaticano, que llegó a suspender uno de sus conciertos en Roma. «He sido excomulgada tres veces. Eso demuestra que se preocupan por mí», ironizó hace tres años en un concierto en Filadelfia, donde dijo simpatizar con Francisco, «el tipo de Papa con el que puedes sentarte a tomar el té».

PROYECTO

Madonna llega así a los 60 convertida en única superviviente del triunvirato (con Michael Jackson y Prince, nacidos también en 1958) que sirvió para forrar tantas carpetas de adolescentes. La mayoría de sus fans coinciden en que sus últimas grandes obras son Confessions on a dance floor (2005) y Hard candy (2008). En MDNA (2012) y Rebel heart (2015) se la ve un poco a remolque de jóvenes talentos que ella procede a vampirizar, de Klas Åhlund a Diplo. Pero con ella, nunca se sabe.

El pasado junio confirmaba que estaba trabajando en el estudio con el francés Mirwais, cómplice en el explosivo Music (2000), y hace solo unos días, en una entrevista del Vogue italiano en Lisboa, donde vive desde hace unos meses, reveló influencias del fado en sus nuevas canciones. Habrá que oírlas. Madonna siempre cambiante, disfrutando de ser el centro de atención y alérgica a la idea de apearse del signo de los tiempos. Una mujer con voz de mujer en esa arena pop superpoblada por perfiles infantiloides, con madera para seguir ahí arriba más allá de los 60. Y las otras, que vayan pasando.