«Toda carta de amor es un disparo que da o quita la vida. Toda carta de amor es un disparo que agita la arboleda de la razón». Con estas frases comienza Una carta de amor como un disparo, de Trinidad Ruiz Marcellán. Un libro que, en palabras de su autora, surge de su convivencia durante años con la naturaleza del Moncayo: «Durante 30 años he vivido aquí y convivido con el bosque, con los diferentes árboles, y he encontrado ahí un paraíso para vivir y un reconocimiento de la vida de los árboles y de su importancia. El bosque puede vivir sin el ser humano, pero el ser humano no puede vivir sin el bosque», explicó la autora.

Trinidad Ruiz Marcellán destacó el carácter «mágico» de este territorio que inspiró a poetas como el Marqués de Santillana, Antonio Machado o Gustavo Adolfo Bécquer, entre otros: «El Moncayo es especial, mítico y muy poético, para mí es el paraíso. Pero sobre todo es un lugar cargado de magia, pero que encierra mucho misterio y mucho poder». De este «paraíso» y de «la convivencia con el bosque y con los árboles» surge una obra que su autora valora como «una carta de amor y una reivindicación del género epistolar. Es un viaje interior, por eso tiene forma de carta. Es a través de los textos poéticos como se transmite un mensaje de vida, de comunicación con la naturaleza, y un reconocimiento de nuestros árboles». A su vez, también es «un reconocimiento del amor por la naturaleza que es lo que nos hace resistir en la vida y hacerlo con mucha energía, como disparando ese texto, ese poema, esa palabra», expresó.

LA NATURALEZA PROTAGONISTA

Así, la carta está compuesta por un prólogo y un epílogo en el que la autora describe «esa idea de regresar cuando no existamos físicamente al final de la tierra para seguir haciéndolo con esa mirada de océano, para ver un poco más allá a través de la naturaleza», explicó. También la forman 40 poemas que se refieren a los árboles o a elementos como el agua o el aire. En todos ellos la naturaleza protagoniza un viaje interior, al mismo tiempo que uno de ida y vuelta, «de reconocimiento del bosque y de la naturaleza como desbordamiento de la vida humana» a través de los árboles. «A veces son los árboles los que dialogan con la poeta, y a veces es la poeta la que dialoga con ellos. Hay una comunicación importante con la naturaleza, el conocimiento y la restauración de la comunión con el árbol para escucharle y para dialogar. Para eso se requiere también silencio y eso es lo que te hace encontrar una vida latente en el árbol y que aquello que nos habían dicho de que el ser humano tenía toda la naturaleza a su disposición es mentira. La naturaleza y el ser humano somos necesarios y dependientes los unos para los otros», concluyó.