En torno a 1871 y 1873, según cuenta Santiago Ramón y Cajal (Petilla de Aragón, 1852-Madrid, 1934) en Recuerdos de mi vida, publicado en 1901 -que en 1917 amplió en dos volúmenes: Mi infancia y juventud e Historia de mi labor científica-, cayó presa de tres manías: la literaria, la gimnástica y la filosófica; resultado, en buena medida, del fervor que siguió a la lectura entusiasta de los libros que una tarde de verano de 1864 descubrió por azar, y a escondidas de todos, en la biblioteca de un vecino confitero en Ayerbe. En la casa familiar estaban prohibidos los libros de entretenimiento por orden del padre, que la madre se saltaba dejando leer a sus hijos novelitas insuficientes para quien se sabía «un romántico ignorante del Romanticismo». Nadie supo de sus continuas escapadas a la biblioteca que le surtía de las novelas de Alejandro Dumas, Víctor Hugo, Chateaubriand, Calderón... de la poesía de Quevedo... y con nadie compartió la profunda impresión que siguió a la lectura de El Quijote o de Robinson Crusoe.

Pasados unos años, durante sus estudios de medicina en la Universidad de Zaragoza, sintió la necesidad de escribir; consciente ya entonces, quizás, de que sus versos imitaban los de Bécquer, Zorrilla o Espronceda, y de que sus relatos seguían la influencia de Julio Verne. Los especialistas en la obra literaria de Cajal señalan que pudo escribir al menos doce relatos entre 1885 y 1886, durante su estancia en Valencia, de los que solo se conocen seis, La vida en el año 6000, encontrado por García Durán y Nana Ramón y Cajal, y los cinco que Cajal reunió en Cuentos de vacaciones (narraciones pseudocientíficas) -La casa maldita, A secreto agravio, secreta venganza, El pesimista corregido, El fabricante de honradez y El hombre natural y el hombre artificial- publicados en 1905, año en que fue elegido miembro electo de la Real Academia Española, que rechazó, entre otros motivos, por considerar que Emilia Pardo Bazán merecía ocupar un sillón. La difusión del libro fue mínima por lo que apenas tuvo repercusión.

UN SINGULAR EXPLORADOR

En Mi infancia y juventud, Cajal menciona el que pudo ser primero de sus relatos científicos, perdido junto a otros durante sus viajes de médico militar. Se trataba de una novela sobre las peripecias de un viajero a Júpiter, planeta habitado por seres de un tamaño diez mil veces más grandes que él. Provisto de todo tipo de aparatos científicos, el explorador se adentraba por una glándula cutánea para invadir la sangre, navegar sobre un glóbulo rojo, presenciar las luchas entre leucocitos y parásitos, contemplar las funciones visuales, ópticas, acústicas, musculares..., y una vez instalado en el cerebro, asistir al secreto del pensamiento y del impulso voluntario. Cajal acompañó el texto con dibujos adaptados de los que ilustraban obras histológicas de la época. Poco más se sabe del resto de relatos perdidos, pero parece lógico pensar que todos participaron de sus investigaciones y hallazgos científicos e inquietudes políticas y morales, así como de su afán pedagógico derivado de una profunda convicción en el poder indiscutible de la educación como base y elemento fundamental del progreso, ajeno a supersticiones y a experiencias espiritistas, que tan bien conocía por haber fundado en Valencia un comité de investigaciones psicológicas. La atracción de Cajal por la ciencia ficción le permitió conjugar todos esos intereses y, al igual que Verne o H.G. Wells, explorar desde la fantasía posibilidades futuras basadas en la ciencia moderna que, en muchas ocasiones, resultaron ser visiones proféticas: viajes espaciales, control social mediante la administración de drogas, ciclo de excitación sexual, o telemedicina.

AGRADAR Y HACER PENSAR

En 1931 la editorial Publicaciones Goya, en colaboración con la Compañía Iberoamericana de Publicaciones, presentó ¿Hombre artificial...? Páginas pseudoliterarias-semicientíficas de S. Ramón y Cajal, primera entrega de una colección de textos cuyo propósito era agradar y hacer pensar, se lee en el prólogo. El libro reúne los relatos La casa maldita, A secreto agravio, secreta venganza y El hombre natural y el hombre artificial; junto a una selección de reflexiones, Del amor y de la mujer, extraídas del capítulo Sobre el amor y las mujeres de sus Charlas de café (1922). En la edición participaron tres artistas: Ramón Acín (Huesca, 1888-1936), autor de la imagen de una mujer, la misma que incluyó en el díptico de su exposición en el Rincón de Goya de Zaragoza, en mayo de 1930, y en el impreso de inscripción de Publicaciones Goya, que también incorporó ilustraciones de Félix Gazo (Boltaña, 1899-Zaragoza, 1934), autor del retrato de Cajal para la cubierta y el interior del libro ¿Hombre artificial...?. De Juan José Luis González Bernal (Zaragoza, 1908-París, 1939) son los cinco dibujos y la aguada Espíritus de náufragos que acompañan a los textos. En septiembre de 1930, Bernal llegó de París a Zaragoza para su exposición de octubre en el Rincón de Goya, tras la que pasó una temporada en Sallent de Gállego. Pudo ser entonces cuando aceptó colaborar en la nueva colección junto a sus amigos Acín y Gazo, con quienes ya había coincidido en el I Salón de Humoristas Aragoneses (1926). Las imágenes de Bernal indican que pudo leer los relatos de Cajal aunque sin ánimo de ilustrarlos individualmente, si atendemos a su disposición en los textos que, en todo caso, parece no le correspondió decidir. Una observación que no resta interés a esta pequeña joya editorial.

En los años cincuenta, Ediciones Pulga publicó los cinco cuentos de Cajal entonces conocidos, con portadas de Àlex Coll: La casa maldita cuenta la historia del joven médico Julián que descubre las causas científicas de las desgracias que rodean a una casa, atribuidas hasta entonces a embrujos. La falta de ética dirige las decisiones del bacteriólogo Forschung en A secreto agravio, secreta venganza, capaz de matar y controlar la voluntad de los demás por celos. Los efectos del suero antipasional de El fabricante de honradez descubren la farsa de la hipnosis colectiva y las consecuencias negativas que siguen al control de las emociones. En El pesimista corregido el protagonista es víctima de su ambición de ver hasta el más mínimo detalle que le impide disfrutar de la belleza de las cosas. El pensamiento regeneracionista de Cajal se introduce en el diálogo mantenido entre dos amigos con ideas diferentes en El hombre natural y el hombre artificial.