Una collera preside la puerta que da acceso a Contra Acción. «Es la que usaba mi abuelo para arar el campo». Enfrente, señala Javier Joven, un cuadro muy especial: «He puesto mi vientre como si estuviera desollado. De pequeño, viví muchas matacías en Villalengua (Zaragoza) y para mí era algo tan fuerte esa relación con la realidad, tan visceral, que es una metáfora de lo que me sucede cuando yo me enfrento a algo real, que lo tengo que hacer con el logos, la palabra, para mitigarlo como me ocurría con la matacía. De mayor siempre estoy detrás de una cámara porque me resulta muy crudo el espectáculo». Contra Acción (IAACC Pablo Serrano, hasta el 17 de septiembre con posibilidad de prórroga) es un recorrido interior del artista. «Va desde mi relación con lo real más filtrada por el intelecto, las lecturas y la filosofía hasta una manera de centrarme con lo real de una manera más natural». Algo que hace a través de diferentes etapas que ha titulado logos, silencio, quietud y profecía.

Todo empezó cuando Javier Joven recibió el Premio Ibercaja de pintura joven en el 2010. Cuando pronunció su discurso, nadie le hizo caso. «Para reírme de mí mismo, decidí leerle el mismo texto a las gallinas de mi tío en el pueblo pero vistiéndome con traje. Me hizo gracia y empecé a leerle a más cosas... Lecturas (se muestran en una vitrina) que a mí me han tocado por algo. Era una manera de decir que el arte es una cosa que nadie escucha», confiesa Joven. De ahí que en este logos se puedan contemplar cuadros, vídeos y fotografías en los que el artista predica en el desierto.

Fue el propio logos y su discurso a las gallinas lo que le llevó al silencio (la segunda parte de su exposición). «Quería hacer algo más radical e ideé una acción en la que no hacía nada. Me parecía algo que era un acto terrorista, causar terror a la gente que me conocía y por eso me puse la capucha. Hablo del terrorismo de lo poético, inocuo, que es una crítica al real ya que no debería existir más terrorismo que el de hacernos cuestionar las cosas». De ahí, surge una etapa creativa que le acerca a la quietud creativa. «Me quedaba callado y quieto pero era incapaz de hacer silencio interior hasta que al fin me relajaba y me pasaban cosas». De esta aproximación quedan cuadros en los que aparecen objetos que le han acompañado toda la vida.

En ese silencio, es cuando entró el wu wei, representado en Quietud: «Con ese silencio interior lo que ocurre no es que no hagas nada sino que abres una manera de actuar que es natural con las cosas mismas, te dejas llevar, acallas la voluntad». Buena prueba de ello es Wu wei (Interior enmarañado), un cuadro enorme abstracto en el que el artista se dejó llevar «sin una referencia propia».

Este recorrido interior acaba con la profecía, un espacio presidido por un enorme cuadro en el que aparece el propio Joven «representado como un orante de Tiziano» protegido por una manta térmica. Delante, el propio objeto: «Por un lado abraza lo frágil y por otro es dorado, un símbolo de divinidad», asevera. “Aquí ya miro de frente a lo real o a lo que me daba miedo que es esa mancha negra que podría ser la muerte pero se va haciendo más luminosa y al final se mete dentro de mí, es perder el miedo a ese vacío que yo identifico con Dios».

La exposición se culmina con un vídeo en el que Joven está haciéndole una reanimación cardiopulmonar al horizonte. «Es una metáfora de que la realidad está tan jodida que lo único que la puede reanimar es el arte. Es el que te devuelve a esa sensación de realidad a veces a través del ensañamiento o de provocarte».