En enero de 1918, el presidente norteamericano Woodrow Wilson hizo públicos sus llamados "14 puntos" con las líneas maestras del mundo de posguerra. En ellos, entre otros aspectos, abogó por el "derecho a la autodeterminación de los pueblos" y por crear una liga de naciones que garantizara el orden internacional. Pero cuando se reunió en París en enero de 1919 con los líderes aliados para negociar los acuerdos de paz, se impuso el pragmatismo, como reflejaron las nuevas fronteras.

En este aspecto, una de las preocupaciones primordiales de los vencedores fue evitar que Francia (con 40 millones de habitantes) fuera atacada de nuevo por Alemania (con 65) y Wilson afirmó que el mundo tenía "el derecho moral" de desarmarla. Así, esta perdió sus colonias, la décima parte de su población y el 13% de su territorio europeo (casi 70.000 km2), que fue repartido entre sus antiguos países vecinos (Francia, Bélgica y Dinamarca) y otros dos creados por los aliados: Polonia (resucitada 124 años después de su desaparición) y Checoslovaquia. Alemania no pudo negociar ningún aspecto de la paz y lo consideró una imposición humillante, un diktat o "tratado dictado". El afán de revocarlo alimentó el nazismo: Hitler anunció ya el mismo 1919 que no tardaría en llegar el día en el que el "hierro alemán" rompería la "miseria alemana".

El nuevo mapa europeo (que pasó de 9.000 kilómetros de fronteras a 15.000) también irritó a Italia, ya que las costas orientales del Adriático que reclamaba fueron atribuidas a otro nuevo país: Yugoslavia (Eslavia del sur). Arraigó así la idea entre los italianos de que su triunfo bélico se había convertido en una "victoria mutilada", algo que el fascismo supo explotar.

Legado conflictivo

En la zona oriental los líderes aliados no pudieron imponer sus designios. En la guerra civil de Rusia apoyaron a los rusos blancos, pero los bolcheviques vencieron en 1923. En Turquía, el tratado que quisieron imponer al sultán logró rechazarlo una reacción nacionalista que lideró el prestigioso militar Mustafá Kemal, Ataturk, que se impuso por las armas también en 1923. En este sentido, los expertos Francisco Veiga y Pablo Martín consideran que la Gran Guerra unió dos contiendas distintas: una en Occidente, acabada en 1918 y en la que los aliados impusieron sus designios, y otra en Oriente, concluida en 1923 en la que sus planes fracasaron.

Las nuevas fronteras crearon numerosos focos de tensión en Oriente (China se enojó por la concesión a Japón de la península de Shantung al acabar su control germano) y el derecho de autodeterminación wilsoniano puso la semilla de la emancipación en las colonias: por ejemplo, el Consejo Supremo aliado de París recibió una petición de independencia de Vietnam que envió un joven pinche del Hotel Ritz llamado Ho Chi Minh.

En Europa, advierte el historiador Eric J. Hobsbawm, el mapa resultante creó un problema de graves consecuencias: Alemania y Rusia, dos grandes potencias europeas y mundiales, "fueron eliminadas temporalmente del escenario internacional y además se les negó su existencia como protagonistas independientes", de modo que "lucharían por recuperar su protagonismo". Hitler y Stalin lo demostraron en las décadas siguientes.

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