Hay cuadros que son paréntesis. Como este tiempo de encierro e incertidumbre que ha arrasado nuestra cotidianeidad. Entre esos cuadros ocupa un lugar destacado Los placeres del Ebro de Francisco Marín Bagüés (Leciñena, 1879-Zaragoza, 1961). Junto a su firma, en el ángulo inferior derecho, el artista quiso dejar constancia del largo periodo que la obra le mantuvo ocupado: Zaragoza. Agosto, 1934-38. El Ebro. Marín Bagüés pintó uno de los momentos de ocio preferidos de Zaragoza, ciudad moderna entonces, ajena todavía a las consecuencias de la guerra civil; y al hacerlo, fijó uno de los peores paréntesis de nuestra historia.

En 1934 Marín Bagüés comenzó a tomar apuntes para un nuevo cuadro desde la orilla derecha del Ebro, frente al Centro Naturista Helios, donde la ciudad disfrutaba de los placeres del sol y del agua. Desde 1926, el verano en Zaragoza se daba cita en Helios, un centro que había surgido a iniciativa de un grupo de personas defensoras de la introducción de hábitos de vida sana, entusiastas del naturismo y del vegetarianismo. Las gestiones llevadas a cabo por sus principales promotores, entre ellos Manuel Marín Sancho y Leoncio Labay, lograron que el 23 de julio de 1925 quedara registrado en el Ayuntamiento de Zaragoza el acuerdo de destinar un solar de la arboleda de Macanaz para solarium. El 14 de agosto se redactó el reglamento, tras el cual quedó constituida la primera junta directiva del centro que presidió Labay (1925-1926), al que sucedieron Marín Sancho (1926-1929) y José Grasa (1929-1930). A la construcción del primer chalé, siguieron diversas infraestructuras como el pabellón para vestuarios (1932), o la ampliación del frontón de pelota además de pontones y trampolines de madera, si bien fue la inauguración de la primera piscina, en 1935, la obra que consolidó el proyecto deportivo de Helios, sin pérdida del espacio dedicado al ocio.

Pasarela entre orillas

Para llegar al Centro Naturista Helios había que atravesar la pasarela que unía las dos orillas del Ebro o cruzarlo en la barca del Tío Toni. Otra posibilidad era dar un rodeo por el Puente de Piedra, que imagino sería la opción de los fotógrafos que elegían para sus excursiones la ribera izquierda frente al Pilar, la vista más buscada. En una tarde otoñal de 1922, Francisco Rived, Julio Requejo y Gabriel Faci quedaron en el café Gambrinus con sus cámaras antes de realizar uno de aquellos paseos fotográficos. La conversación se llenó de lamentos por la falta de una asociación que los agrupara en la ciudad, hasta que Rived propuso resolver la situación convocando una reunión urgente que resultó fructífera: el 13 de noviembre se celebró en el Casino Principal la constitución de la Sociedad Fotográfica de Zaragoza que en 1925 organizaría el I Salón Internacional de Fotografía de Zaragoza. Y de repente, en esta ciudad casi todo ocurre de repente, Zaragoza ocupó lugar principal en el mapa de la fotografía internacional, de la que fue testigo y protagonista Aurelio Grasa, pionero en casi todo, para quien la fotografía fue el instrumento perfecto que le permitía ver y dar a ver la modernidad. Socio de primera hora del Centro Naturista Helios, Aurelio Grasa disfrutó de los placeres del Ebro.

Entre los bañistas me empeño en ver a Ramón Acín. Tras la demolición del coso taurino de Huesca en 1920, Acín insistió en levantar un campo de deportes. Fue en vano. «Llegará un día en que seremos los hombres vegetarianos, no tanto por temor a una mala digestión cuanto por el temor de la conciencia de privar de la vida a un cabritillo y a un pichón», comentaba durante la proyección de las fotografías sobre placas de cristal de los treinta y dos dibujos de su proyecto antitaurino Las corridas de toros en 1970 (1921). En junio de 1929 su Fuente de las Pajaritas se instaló en el Parque de Huesca: «Las aguas, las escuelas, los árboles. He aquí los tres problemas capitales de la ciudad. Todo para los niños; la higiene, la cultura, la alegría y la salud». Los objetivos fundacionales y la programación del Centro Naturista Helios, atenta también a la educación deportiva de los niños, parece coincidir en muchos aspectos con la utopía pedagógica y cultural de la Institución Libre de Enseñanza que se mantuvo vigente durante los años de la II República. Sin embargo, la ideología de la mayoría de los socios distaba mucho de aquel ideario, como quedó evidente en el rechazo de la mayoría a admitir la entrada de mujeres que no se haría efectiva hasta 1932; y a regañadientes.

Marín Bagüés se limitaba a observar y dibujar. Paseante solitario de una ciudad de la que no obtuvo el reconocimiento que creía merecer, decidió no dar conversación. Cuenta el profesor Manuel García Guatas, autor de la tesis doctoral sobre el artista, que con el buen tiempo acostumbraba a pasear siguiendo el mismo itinerario: desde su domicilio en la calle Pedro Joaquín Soler se acercaba a la Plaza de España para seguir por el Paseo de la Independencia y Gran Vía hasta llegar al Parque Grande, inaugurado en 1929; subía al Cabezo de Buena Vista y regresaba por el Canal Imperial, atravesando el Parque Pignatelli y el Paseo de Sagasta le conducía de vuelta a casa. Quizás, solo quizás, una tarde de verano Marín Bagués se animó a cambiar su recorrido habitual y acercarse al Ebro. Y lo que allí contempló pudo inspirarle el tema para un nuevo cuadro. La escena era perfecta: hombres y mujeres, de cuerpos sanos y atléticos, disfrutando de los placeres del sol y del agua, abrazados por un río protector de amistades, juegos y libertades. Los apuntes rápidos fueron tomando posición en un cuadro único que pintó en la soledad de su estudio en el último piso del Museo Provincial donde la obra, propiedad del Ayuntamiento de Zaragoza, se encuentra depositada.

Asomado ante el río, Marín Bagüés pudo sentirse nostálgico de alegrías; sentimiento pasajero en todo caso, pues el único propósito que le interesaba y urgía era pintar. Su mirada de pintor le convertía en creador de auténtico placer. Nada mejor que investigar y experimentar la representación del movimiento, una de sus obsesiones, o ejercitar la síntesis constructiva de las formas y, al hacerlo, recordar los felices años de pensionado en Roma (1909-1912) que le permitieron viajar por Europa, visitar museos, admirar, disfrutar y aprender ante las obras del pintor simbolista alemán Franz von Stuck, profesor de Kandinsky y Klee, de los retratistas ingleses, de los futuristas, de los fauvistas y expresionistas, de Cézanne... compartir amistades, charlas, excursiones y paseos. La decepción empezó al poco de su regreso a Zaragoza donde equivocadamente decidió quedarse a vivir. Y a la decepción acompañó la depresión y el aislamiento. En la personalidad y pintura de El Greco, Marín Bagüés encontró un referente cuya huella aparece registrada en la configuración de las anatomías de los bañistas y en el color que tiñe la panorámica especular de una tarde de verano en el Ebro.