Con, a priori, todo a favor, la empresa comandada por Simón Casas --quien no se cansa de afirmar que devolverá la categoría de la plaza en solo un año--, ha sufrido su primer contratiempo. No solo profesional, también de imagen. Haga quien haga el paseíllo mañana. Porque de la euforia de las fotos de las filas en las taquillas que han culebreado estos días por las redes sociales hemos pasado a la incógnita de quién hará el desfile el día de San Jorge. Porque el cliente --qué remedio-- dio por bueno que se firmara el contrato tarde, que se anunciara el mano a mano también tarde y sin reseñar los toros a lidiar. Con una infinita comprensión y un desmesurado talante. ¿La genialidad comporta improvisación? Puede. ¿El arte no tiene miedo? como anuncia Morante en su autocar viajero. Puede. ¿El cliente ha de estar a lo que marquen los incesantes sobresaltos a golpe de inspiración emanados de la plaza del Portillo? Puede. Estamos hablando de dos corridas de toros y la nada hasta el Pilar. Planificarlas tampoco ha de ser tan difícil. Sobre todo para aquellos que hacen gala permanente de su liderazgo. Máxime cuando el actual vacío hasta la feria de octubre significaba antes un bocado a la cuenta de explotación de unos 350.000 euros que ahora no hay que asumir. A pesar de tener todo de cara, el tiovivo adquiere cada vez más velocidad. A cambio, se pide contención y paciencia. Más.