Los inmensos y laberínticos pasillos de Arco, la feria de arte contemporáneo de Madrid, siempre suelen alojar obras polémicas y provocativas. Porque si algo busca el arte es provocar. Pero la edición de este año, al igual que ya ocurrió en el 2016, se ha puesto más seria. Más centrada en el arte y menos en las ganas de epatar; con un sentido de la provocación más político que estético y más pegado a la realidad.

Eugenio Merino, artista de la galería catalana ADN, impresionó hace años con un Fidel Castro zombi y un Franco encerrado en una nevera de refrescos. Este año, el creador ha apostado por helarnos el corazón. Lo hace con su obra Pasaporte de rescate, en la que decenas de pasaportes sirios, turcos, libios y jordanos aparecen envueltos en el papel dorado de las mantas térmicas con las que las organizaciones no gubernamentales cubren a los inmigrantes que cruzan fronteras jugándose la vida. Una alfombra (elemento acogedor de todas las casas de Oriente) aparece cortada con láser y se convierte en una reja. Merino no es el único artista que recuerda a los refugiados en Arco. La galería mallorquina Pelaires acoge el impresionante mural de resina sobre madera con la que Amparo Sard nos golpea con las miradas de refugiados.

Arco tiene, pues, connotaciones políticas. Pero este año el gran tema es el arte en sí mismo, el color, la luz y los sentimientos. Los maternales, por ejemplo, que están reflejados en la obra de la argentina Nicola Costantino, que ha hecho suyo El jardín de las delicias, de El Bosco. El verdadero jardín nunca es verde nos lleva no a un paraíso sino a un desierto apocalíptico donde las mujeres crían y alimentan a sus hijos. La galería argentina Barro (Argentina es el país invitado en esta edición de Arco) ha traslado a Madrid solo una parte de la obra de Costantino, cuyo original tiene 360 grados y envuelve al espectador.

ARTISTA DE 70 AÑOS

El arte contemporáneo no es patrimonio exclusivo de los hombres jóvenes. En absoluto. La portuguesa Ana Jotta tiene 70 años y sigue creando. Observa la calle, recoge objetos, los recicla y crea su propio mundo. Nube, que cuesta 22.000 euros, es una obra realizada con el cartel de una mercería.

El visitante de Arco que quiera excitación y potencia visual la podrá encontrarlas en muchas obras. Dos de ellas llaman especialmente la atención. Ubicada en el estand de ADN, una es la del marroquí Mounir Fatmi, que ha cogido una barra de las habituales de salto de caballo y la ha roto por la mitad colocándola encima de una mesa-espejo. ¿Qué significa? Pues que ha llegado la hora de la ruptura, la revolución. Otra de ellas es la estatua viviente (algo que ya vimos en la edición de Arco del 2016) que aporta la galería francesa Samy Abraham, cuya modelo (envuelta en una túnica malva) no se inmuta ni con la cantidad de selfies que muchos visitantes de la feria quieren hacerse a su lado. La que parece estar viva es otra figura poderosa: la de un hombre bastante grueso que está llorando. Nos acercamos y vemos que no, que es una escultura. También parecen lo que no son los cinco cubos de obra que están en el suelo del estand de la galería canaria Leyendecker. Cuando el visitante se asoma a la obra Progreso reflejado contempla con asombro que en el interior de los cubos hay rascacielos. Al menos, eso es lo que se ve reflejado gracias un juego de fotografías y luces LED.

El estallido de color, y el coqueteo con la provocación sexual, aparece en la galería Adora Calvo, inundada por telas llamativas y una cuerda de tender ropa en la que hay preservativos con agua. Y más color todavía derrocha Mayoral, que alberga la obra de Alexander Calder, artista estadounidense que destacó por sus esculturas pero que también creó impresionantes gouaches sobre papel, como los expuestos en la feria.

En los pasillos de la feria (que solo el fin de semana se abre al público en general) se habla de arte, pero también de dinero. En muchas galerías aseguran que ya desde primera hora se habían cerrado algunas ventas. La pieza más cara de la feria es la escultura Three man laughing at one de Juan Muñoz, que alcanza los 1,5 millones de euros en la galería Elvira González. No le va a la zaga El triunfo de Nautilus, un óleo de Dalí de 1941 a la venta en la galería Leandro Navarro por 1,4 millones de euros. También hay un cilindro de cristal de Roni Horn valorado en un millón de euros. Y si alguien solo dispone de 50 euros, se puede llevar un libro. De arte, claro.