Debutó en el cine cuando apenas era un adolescente. Se convirtió en símbolo de toda una generación, la X, con el grunge como banda sonora y el pesimismo como bandera. Actor fetiche de Coppola y de Gus Van Sant, supo reciclarse cuando tocaba y siguió practicando el cine independiente, desde su vertiente más amable en Beautiful girls y en su lado más corrosivo en la comedia de los Farrelly Algo pasa con Mary. Reconoce que nunca le ha obsesionado el éxito, pero que el reconocimiento tampoco está tan mal, sobre todo cuando consiguió el aplauso de la crítica gracias a Crash, que le valió una nominación a los Oscar.

Matt Dillon es un superviviente y lo ha demostrado reinventándose a sí mismo a lo largo de cada década, ahora a las órdenes de Lars Von Trier interpretando a un psicópata en La casa de Jack. El actor vuelve a ser actualidad gracias a este papel al límite, pero en esta edición de la Seminci de Valladolid ha venido a recoger la Espiga de Honor por una carrera dedicada al cine más outsider y rompedor. También estrena nueva película con su amigo Nick Nolte, Honey in the head, que clausurará el certamen.

LIBERTAD CREATIVA

«He trabajado con muy buenos directores, también con algunos que no lo eran tanto», comenta. «Pero de todos he aprendido algo. Los directores son una especie de médiums, te introducen en un universo y te llevan a otra dimensión». El actor, consciente de los cambios de la industria (se apuntó a la moda de las series con Wayward Pines), solo busca buenos papeles y una cierta libertad creativa. «Los tiempos están evolucionando, pero lo hacen desde que empecé. Nunca he sido fan de Hollywood, sin embargo, los mejores filmes están hechos por directores independientes que trabajan en su seno».

En cuanto al recambio generacional, Dillon dice que las fronteras son artificiales, pero que los jóvenes son demasiado sensibles. «No puedes decir nada sin ofender. Todo molesta, es un tipo de censura preocupante. La gente es más culta, pero está menos vivida, tiene un menor conocimiento del mundo». Alguien tan curtido como Dillon sabe de lo que habla. Pocos han quedado de la película Solteros, símbolo de la generación grunge. Sin embargo, él continúa desde las trincheras su reinado como chico malo, ya sea interpretando a Bukowski o al mismo demonio con otro ilustre maldito: Von Trier.