Hay un bar en el corazón de Madrid, en pleno barrio hipster de Malasaña, que lleva por nombre Palentino. No se puede definir muy bien. Lo mejor para entenderlo es entrar y pedir algo, lo que sea. Es mítico. Álex de la Iglesia, que es un parroquiano fijo, solía desayunar ahí con Jorge Guerricaechevarría cuando estaban escribiendo el guion de Las brujas de Zugarramurdi.

Una buena mañana, entró un indigente y empezó a gritar en un idioma desconocido. El cineasta y el guionista se alarmaron. «Pensábamos que nos iba a matar a todos». Loli, la dueña del Palentino, le propinó un cachete y le dijo que se estuviera calladito. Le dio una porra y un poco de aguardiente. Esa situación ha acabado en película: El bar, con la que De la Iglesia abrió ayer el Festival de Cine en español de Málaga. Excesiva, claustrofóbica, negrísima, trepidante, desagradable, brillante y a ratos desternillante (fabulosos los actores Terele Pávez y Secun de la Rosa), El bar no deja de ser un reflejo de cómo somos los humanos en las distancias cortas: animales.

Se estrenará el viernes que viene y hemos charlado de ella y de la vida con su realizador que, además de cineasta, es licenciado en Filosofía. Y eso se nota.

-¿Un bar es un país?

-Sí, o el mundo. Hay una intención de reflejar lo que nosotros vivimos, pero no de pontificar.

-El mando a distancia envuelto en plástico, el delantal grasiento, la máquina tragaperras. ¿Fuera de nuestras fronteras se puede entender su película?

-Tanto como nosotros no. No van a entender esas claves. Pero cualquier bar es igual. Ahora ya no hay tantos establecimientos así, ahora vamos al Starbucks, pero el virus termina entrando. Tengo uno de ellos debajo de mi oficina y se está generando el mismo ambiente que en el Palentino, con indigentes incluidos.

-‘El bar’ es una comedia, pero a medida que avanza la sonrisa se congela.

-Va ganando densidad porque vas conociendo los problemas reales de los personajes, que viven un drama sin precedentes. La película es un viaje simbólico. Mientras están en el bar es la vida normal, en la que todos tenemos un personaje. Cuando bajan al subsuelo empiezan a desnudarse y sale su verdadera personalidad.

-¿Solo en situaciones extremas nos mostramos tal como somos de verdad?

-Totalmente. Por eso la vida es soportable. Si no, nos pegaríamos un tiro, nos mataríamos en la calle. La sociedad genera una especie de falsa cordialidad. En el día a día dices buenos días, te das la mano, saludas, preguntas por la familia… Todo eso es falso, a ti lo que de verdad te gustaría es acuchillar a todos y robarles el dinero para no tener que trabajar. No lo haces porque vives en una comunidad y eso, de alguna manera, te salva. Pero en las situaciones extremas seríamos capaces de pisar a nuestra madre. Por sobrevivir haces lo que sea.

-¿En qué tiene fe?

-En Secun de la Rosa cuando dice en la película: «Puta loca de los huevos, ¿por qué te tienes que salvar tú y yo no?». A ver, creo que hay gente buena en el mundo, pero están en vías de extinción.

-Trepidante, desagradable, excesiva, a veces desternillante. ¿Esta cree es la marca Álex de la Iglesia?

-Supongo que sí.

-Usted, personalmente, es un poco así también.

-El exceso conduce al palacio de la sabiduría, no es una idea mía. Prefiero eso a la normalidad. El que me aterroriza es la persona normal, la que no se excede, la que es formal y cuida el mundo. Esa persona niega y esconde una pulsión. ¿Cómo la suelta? A través de la ofensa, la repulsa, y el odio. Y lo hace de forma anónima a través de las redes sociales. Prefiero a los que se declaran obviamente anormales.

-¿Le dolieron algunas críticas de ‘El bar’ cuando se proyectó en el festival de Berlín?

-No las leí porque estaba disfrutando mucho, pero sé que hubo unas muy buenas y otras muy malas. Siempre va a ser así. Mi trabajo siempre va a tener unos detractores y otros defensores. Porque mi cine, pese a ser habitual, sigue siendo extremo. La única manera de gustar a todo el mundo es siendo normal y no queriendo ofender a nadie o no diciendo nada con el corazón. Yo, por ejemplo, nunca diría que soy una persona apolítica, odio a esa gente. Si quieres gustar a las madres, los niños, los adolescentes y tratas de tener cuidado para que nadie se ofenda… si haces eso, al final lo único que te sale es pan Bimbo, que gusta a todos.