La elección de Mar adentro para competir por el Oscar era, más que previsible, inevitable. Con su irresistible asalto al lagrimal de los espectadores y su calculadísima apelación a los sentimientos más nobles del ser humano (la tolerancia, la compasión, la solidaridad, el amor), la película de Alejandro Amenábar es un artefacto perfectamente diseñado para ganar la estatuilla. Lo tiene todo: una historia real de aprendizaje y superación, un minusválido buena persona, unas bonitas estampas marineras, unas interpretaciones magníficas y una factura técnica impecable orquestada por el más hollywoodiense de los realizadores españoles. Por tener, tiene hasta el respaldo de una maquinaria promocional que es la envidia del cine europeo y un militante círculo de fervorosos admiradores dispuestos a castigar con el desprecio y la marginación cualquier desviación de la encomiástica doctrina oficial. Si esta vez no se gana, no será por falta de empeño.