¡MELISANDE! ¿QUÉ SON LOS SUEÑOS?

AUTOR Hillell Halkin

EDITORIAL Asteroide

"¿Cuáles fueron nuestros mejores momentos?", se pregunta el narrador en las últimas páginas de esta historia de amor contada en forma de supuesta carta. "¿No fue acaso cuando nos perdimos tan completamente en el juego que nos olvidamos de que eso es lo que era? ¿Realmente necesitamos que una voz sabia nos recuerde que no vemos más que imágenes en una pantalla?"

Lo que esa larga carta pretende salvar del olvido es una historia de amor que responde a los términos convencionales (y triangulares) que hemos conocido ya en la historia de la novela y del cine: en este caso, tres jóvenes universitarios inician una intensa amistad a partir de su coincidencia en la dirección de la revista literaria de su facultad. El dato no es anécdotico y en torno a él se construye lo que esta novela tiene de original y específico: los tres son cultos y leídos; la naturaleza de sus lecturas condicionará sus respectivas visiones del mundo y, en cierta medida, marcará las relaciones entre ellos: Melisande, Ricky, Hoo. Los dos primeros pasarán de la amistad al amor, para mayor mortificación del tercero. La enajenación mental de Ricky tras un tremendo viaje iniciático a la India facilitará con el tiempo la reconstrucción del triángulo sobre sus otros dos vértices, Melisande y Hoo. Nada de esto sorprenderá al lector como si lo leyera por primera vez. Tampoco el eficaz --aunque algo ingenuo-- recurso estructural que nos permite conocer la historia: lo que estamos leyendo es la carta que, años después, escribe Hoo a Melisande para recordar cada una de las fases de este amor intenso, imposible y genuino.

Sin embargo, en una historia de interés claramente creciente, quizá algo lastrada en sus primeras páginas por la necesidad de entregar elucubración intelectual donde el lector busca arrebato pasional, se empieza a vislumbrar poco a poco la cumbre hacia la que el autor quiere dirigirse: la autenticidad del espejismo. Halkin siembra su historia de pistas inconfundibles: Melisande, en la época universitaria, escribe una tesis sobre la Oda a Psique, circunstancia que provoca más de una conversación sobre las diferencias entre Hume y Keats a propósito de la construcción de la identidad; el propio Hoo se convierte en profesor de filosofía, especialista en los neoplatónicos, y cierra su escrito con las preguntas que abren esta reseña. Hasta Ricky, en su enajenamiento orientalista, oye voces que convierten toda existencia en mera entelequia.

¿Puede escribirse una historia de amor intensa y creíble desde la idea de que todo podría ser una mera proyección? ¿Se puede ser a la vez platónico y pasional? La respuesta es que sí. Milagrosamente, sí. Halkin lo consigue: aunque todo sea una proyección de sombras en la caverna platónica, el amor (o la memoria del amor) otorga vida y muerte, dolor y sentido a la existencia de sus personajes. El lector sabrá reconocerlo en los momentos más memorables de la novela y, llevado por esa complicidad, pasará por alto sus pequeñas disfunciones estructurales y alguna inverosimilitud perdonable.