Yo soy Brian Wilson... y tú no, titula sus memorias (Malpaso) el cabecilla de los Beach Boys. Menos mal, suspira el lector, con el corazón en un puño, al término de las 300 páginas de confesiones, volcadas con sinceridad y limpieza. Pocas revelaciones de calado aporta la autobiografía, por no decir ninguna, por algo estamos ante uno de los personajes y una de las obras más investigados de la historia de la música popular moderna (y eso significa muuuy investigados). Pero una cosa es saber que el mayor de los hermanos Wilson, y el único vivo de los tres, tiene problemas mentales y otra muy diferente leer de su puño y letra que, por ejemplo, oye voces que solo existen en su cabeza.

El libro empieza en el 2004, en el concierto en el Royal Festival Hall de Londres en el que Brian Wilson y su grupo de entonces interpretaron por primera vez SMiLE, el disco en el que empezó a trabajar en 1966 y que abandonó en 1967: estaba mentalmente para el arrastre. Antes de salir al escenario le asaltan las voces de Chuck Berry, Phil Spector («la voz de Phil es temible, siempre me desafía, siempre me recuerda que él llegó antes que nadie») y su padre («¿Acaso no tienes agallas?»), así como otras anónimas que dicen cosas «horribles» de su música o le amenazan («te vamos a matar, Brian»). Lleva con ese coro infernal en la azotea desde que tenía 20 años, explica, y lo ha probado todo para eliminarlo: drogas, medicación, terapia. Sin éxito. Así que no le ha quedado más remedio que aprender a convivir con él.

SIN MELODRAMA

Marca este inicio tanto la estructura como el tono de Yo soy Brian Wilson... y tú no, escrito con la colaboración del periodista y escritor Ben Greenman. El músico escribe desde el presente (el libro se publicó en inglés en el 2016) o al menos desde más allá de sus décadas más oscuras, y a partir de allí se retrotrae a momentos fundamentales de su vida y su carrera artística. Sin melodrama, pese a que hay toneladas de tristeza en su historia, con una serena aceptación de la tragedia y celebrando que lo peor quedó atrás. No podía ser de otra forma con una persona que nació para hacernos felices e iluminarnos.

En el año 1986 conoció a Melinda Ledbetter, que acabaría siendo su esposa y la persona que le sacó del pozo. Bueno, de lo más profundo del pozo. Wilson acudió a un concesionario de la marca Cadillac a comprar un automóvil (un Cadillac Seville marrón, por si les interesa) en compañía del doctor Landy y dos de sus secuaces. ¿El doctor Landy? Sí, Eugene Landy, el psiquiatra que en dos etapas, una breve a mediados de la década de 1970 y otra eterna que abarcó casi todos los años 80, anuló y aisló a Wilson por completo con su terapia de 24 horas, amén de esquilmar su cuenta corriente. Melinda era la vendedora que atendió a Wilson. Del estado en que este se encontraba deja constancia la nota que dejó al irse en el escritorio de la entonces desconocida: «Asustado, con miedo, solo».

REBELDÍA JUVENIL

Remolonea Wilson antes de abordar la relación con su padre, Murry, hombre «violento», «cruel» y que daba a sus hijos «más miedo que cualquier cosa en [el filme] The beach girls and the monster». Remolonea porque ese tirano de humor inestable como la nitroglicerina y mano sueltísima fue también quien regaló a todos los chicos Wilson el amor por la música y «la fuerza principal» que los empujó a dedicarse a ella de forma profesional, si bien con una exigencia y una aspereza que les dejaban temblando. Uno de los intentos de rebelión de Brian fue defecar en un plato y servírselo. «Ni siquiera se puso en pie. Ve al baño, dijo. Luego entró y me azotó como nunca. Puede ser que esa me la mereciera, pero le llevé el plato por todas las que no», explica con tranquilidad el líder de los Beach boys.

MEZCLA AUTOMÁTICA

Wilson está completamente sordo del oído derecho (los médicos son «más específicos», unos dicen que sufre una sordera del 98% y otros, del 95%) desde que en la infancia un niño le pegó en la cabeza con un tubo de plomo, aunque se desconoce en qué circunstancias. Eso afectó «profundamente» a su manera de relacionarse con la gente y hasta de hablar («como no podía escucharme del lado derecho, empecé a empujar mi voz al otro lado. Me hacía parecer desequilibrado»). Pero esa sordera también tuvo un efecto beneficioso, reconoce. «Cuando hago música hago música monofónica. Como solo escucho de un lado, está automáticamente mezclada», explica Wilson.

Conmueven la pasión y la claridad con que habla de las cimas musicales que creó (Pet sounds y lo que conocemos de SMiLE, claro, pero también Holland, por ejemplo, uno de sus favoritos de los Beach Boys), de sus ídolos (Four Freshmen, Spector), de sus competidores (Beatles, Stones) y de sus compañeros de trabajo (los músicos de estudio de Los Ángeles conocidos como la Wrecking Crew, Van Dyke Parks).H