Ha sido la sensación de la temporada. La hija de la española (Lumen), novela con la que la periodista venezolana radicada en Madrid Karina Saínz Borgo se ha estrenado en la ficción, se ha visto aupada por muchas circunstancias: enamorar a 22 editores en Fráncfort antes de que el libro echara a andar en España, coincidir con la etapa más dolorosa del país petrolero y relatar la aventura de una mujer aparentemente frágil pero llena de fuerza, Adelaida, una joven que decide huir de un país que se va al garete.

-¿Se siente parte de esa literatura latinoamericana que parece llevar el exilio en los genes?

-Sí, por supuesto. Pero creo que también esta novela tiene mucho de Jorge Semprún, de ese tipo de novelas que reflexionan sobre los procesos totalitarios y la supervivencia del individuo al que se intenta borrar.

-La novela ha aparecido en un momento en que Venezuela está en primera página de los diarios.

-Y sin embargo la tragedia venezolana lleva años ocurriendo. Las voces críticas han sido como Casandra, condenadas a no ser creídas. En el marco internacional, la gente siempre ha utilizado mi país como un pimpón político, pero nadie tenía verdadero interés. Ahora, viendo a la gente abrigarse con toallas, parece que sí, que finalmente es verdad.

-¿Tiene familia en Caracas?

-Mi hermana, que es bióloga e investigadora, sigue allí porque está convencida de que los países no desaparecen. Ella sigue creyendo que su presencia y la de determinadas personas asegura que en el país quede el testimonio de esa resistencia.

-¿Desde fuera se puede tener una idea clara de lo que está pasando allí?

-Bueno, no hay agua, no hay comida, no hay medicinas. Y políticamente tienes un régimen usurpador que está desacatando la Constitución que coloca en el presidente de la Asamblea Nacional la potestad de convocar elecciones. Las que se convocaron ni siquiera estaban reconocidas por la comunidad internacional.

-Todo eso está claro, ¿pero la presencia de Estados Unidos no enturbia este panorama?

-Es verdad, hay un mal recuerdo de su intervencionismo, como lo de Noriega en el 89. Sin embargo, EEUU forma parte de la OEA, un concierto en la región que intenta acompañar a la nación venezolana, entre otras cosas. Porque ahora un millón y medio de venezolanos han llegado a Colombia y es algo que puede colapsar un país. También hay otros factores; Bolsonaro, que es un populista de derechas, va a valerse de esto para sacar pecho. Sea como sea, tienen que convocarse unas elecciones. Y es que, todo sea dicho, no me entusiasman los pronunciamientos de hombres fuertes y a caballo.

-¿En qué medida su novela ilumina lo que hablamos?

-La hija de la española traza un retrato que aspira no solo a esclarecer lo que está pasando, sino también a poner por escrito las corrientes profundas que llevan a un país a esa situación. Cuenta cómo la vida no tenía valor y cómo ese germen de pudrición empezó a subir de volumen.

-¿El libro puede llegar a Venezuela?

-Yo lo escribí porque echo de menos mi país. Porque me sentía sin casa. Caso de que algún editor muy valiente se decida, cualquier lector necesitará el sueldo de cinco meses y no alimentarse en todo ese tiempo para pagarlo.

-Dígame que hay esperanza.

-Mi libro no promete nada. En Venezuela va a costar corregir lo que ha pasado. Hay una generación que no conoce un Estado de separación de poderes. Creo que hemos retrocedido mucho más tiempo que el que tenemos como país.