Mike Leigh (1943) ha dedicado la mayor parte de su carrera a retratar las miserias de la clase obrera británica contemporánea, pero contemplando Mr. Turner, la película que ayer presentó a concurso en el Festival de Cannes, nadie lo diría. Ambicioso y caro como ningún otro de sus filmes, este repaso de la vida del pintor romántico J.M.W. Turner no tiene gran cosa que envidiarle a, por ejemplo, Secretos y mentiras (1996), por la que Mike Leigh obtuvo aquí la Palma de Oro.

"Turner es uno de los pintores más radicales y revolucionarios de todos los tiempos. Y la gran contradicción entre su tosquedad como ser humano y su genio visual lo convierte en un personaje fascinante", recordaba ayer ante los periodistas Mike Leigh, un director que no suele destacar precisamente por su brillantez estética pero que en Mr. Turner --quizá previsiblemente, dado el objeto de estudio-- ofrece un espectáculo visual apabullante: una colección de paisajes sobrecogedores entre los que la película sitúa los últimos 25 años de la vida del pintor, durante los que sufre la muerte de su padre, experimenta por vez primera el amor verdadero y contempla cómo su arte, cada vez más adelantado a su tiempo, provoca el creciente rechazo del establishment artístico.

Qué duda cabe de que la película no siempre pone las cosas fáciles al espectador, con esas dos horas y media de metraje y esos personajes que en un inglés endiabladamente cerrado intercambian conversaciones sobre las propiedades magnéticas de la luz refractada. Por momentos, contemplarla es casi como contemplar un lienzo magistral y a la vez sostenerlo en brazos: deslumbra, pero también cansa.

Por otra parte, quizá esa sensación tenga que ver con la integridad narrativa de Mike Leigh, un cineasta demasiado inteligente como para caer en subrayados melodramáticos o deformar a su protagonista con el mero fin de estimular nuestros conductos lagrimales.

ASPECTO PORCINO

"El genio casi nunca está contenido en un envase romántico. A menudo los genios son sociópatas y extraños, viven en conflicto, y a veces tienen aspecto raro", opinó el actor londinense Timothy Spall (1957), que recrea perfectamente el aspecto porcino y las maneras simiescas de Turner. Es una prueba tanto de su talento como del de Mike Leigh que la sucesión de gruñidos que el personaje emplea como principal modo de expresión no lo conviertan en una mera caricatura sino que, bien al contrario, contribuyan a un retrato íntimo y a la vez extrañamente épico, y a menudo francamente divertido, de un artista tan primitivo en su forma de escupir sobre el lienzo y de relacionarse con el mundo como voraz en su empeño por capturar el lado más tormentosamente bello de la naturaleza.