AMERICANAH

AUTORA Chimamanda Ngozi Adichie

EDITORIAL Random House

En el arranque de Americanah vemos a su protagonista, Ifemelu, recorrer unos cuantos kilómetros desde la muy académica ciudad de Princeton para encontrar una peluquería en la que puedan aplicarle un trenzado africano a su melena, una semana antes de regresar a su Nigeria natal. Lleva 13 años en Estados Unidos, donde tiene una posición de relativo privilegio en Princeton, un novio académico y un blog de bastante éxito en el que repasa curiosidades sociológicas a propósito de asuntos de raza.

En realidad, estamos en el último tercio de la historia. Ése es el mayor acierto de Adichie: plantar ahí una especie de mecanismo de puerta giratoria que le permite, desde ese salón de peluquería, ir volviendo al pasado en largos y detallados flashbacks para recontar su historia desde la perspectiva del presente y, a continuación, llevarnos de la mano al futuro inmediato, que a su vez es un retorno al pasado. Con una estructura más lineal, lo que se nos narra en esos flashbacks hubiera quedado como una historia de amor y emigración más o menos convencional: Ifemelu y Obinze, enamorados desde la adolescencia, enfrentados en la época universitaria a dificultades que les impiden progresar y decididos, en consecuencia, a emigrar: él a Londres, donde las pasará moradas para mantener su dignidad en la cadena de trabajos esperables para un emigrante africano; ella a estudiar a Estados Unidos con el beneficio de una beca parcial que no la salvará de ciertas humillaciones en los primeros años.

CONTRADICCIONES

Con la misma sutileza con que las manos africanas trenzan el pelo, Adichie va entretejiendo historias, perspectivas, opiniones. Desde luego, estamos ante la novela de confirmación de una escritora que ya venía prometiendo. Se podrá considerar que Americanah incurre en ciertos excesos y habrá quien discuta si todo su material es verdaderamente novelesco. Es inútil: el acierto de la autora (nigeriana también de nacimiento, y con unos cuantos puntos en común con su protagonista), más allá de un considerable despliegue técnico, radica en su mirada. Ésta es una historia de razas y colores, claro. Pero a la raza como imposición genética, geográfica o social, Adichie contrapone una identidad construida también desde la imaginación, una identidad que incluye el relato y hasta la invención. Por eso, cuando Ifemelu regresa por fin a Nigeria, convirtiéndose en merecedora del apelativo americanah (como el "indiano" con que obsequiábamos nosotros a los que volvían de hacer las Américas), nuestra mirada la acompaña con toda la acumulación de contradicciones, matices y sutilezas que nos ha enriquecido a lo largo del relato.

Es probable que en la narrativa estadounidense se esté produciendo un fenómeno parecido al que se dio en la británica cuando la voz de las colonias (Rushdie, Kureishi, etc.) acudió a enriquecer el discurso de la metrópolis. Si esa tendencia se confirma y consolida, entre sus voces destacadas, junto a la de Junot Díaz, Jhumpa Lahiri, o Chang-rae Lee, estará sin duda Chimananda Ngozi Adichie.