Después de Goya. Una mirada subjetiva fue el proyecto que Antonio Saura presentó en Zaragoza (Lonja y sala Luzán, 1996) con motivo del 250 aniversario del nacimiento de Goya en Fuendetodos. Saura eligió algunas de las obras realizadas por artistas del siglo XX que podrían haber interesado a Goya al haber sido creadas bajo el influjo de la imaginación, de la crueldad, del instinto y de la expresividad. Criterios que también fueron los rectores conceptuales de la obra de Saura que dedicó su tiempo a crear, a mirar y ver, a analizar, debatir, reflexionar, interrogar y escribir. La editorial Círculo de Lectores publicó muchos de sus textos y ensayos en varios volúmenes: Fijeza. Ensayos (1999), Crónicas. Artículos (2000), Visor. Sobre artistas 1958-1998 (2001) y Escritura como pintura. Sobre la experiencia pictórica (2004).

En recuerdo de Antonio Saura hemos elegido el título de Visor para denominar esta nueva sección dedicada a la trayectoria de artistas aragoneses con el ánimo de reflexionar sobre aquello que singulariza su obra. Empezamos con Goya con la clara intención de insistir en la complejidad de su obra. Un aspecto que en modo alguno interesa a las numerosas iniciativas privadas e institucionales que acaban convirtiendo a Goya en un mero producto publicitario al servicio de sus intereses. Goya es un valor seguro, sin riesgos aparentes pero insalvables cuando los proyectos nada aportan al conocimiento de su obra, que son la mayoría. De entre las exposiciones celebradas este año, hemos de destacar una de las inaugurales del Centro Botín, Ligereza y atrevimiento. Dibujos de Goya, con la colaboración del Museo del Prado que, por las mismas fechas, presentó la instalación de la artista iraní Farideh Lashai, Cuando cuento estás solo tú... pero cuando miro hay solo una sombra. Dos siglos después de que Goya realizara los Desastres de la Guerra, Lashai recuperó su voz para alzarla en contra de la violencia que asola Irán. Como ha escrito Roberto Toscano, Goya sigue hablándonos, provocándonos y desafiándonos a través del tiempo y del espacio. Los desastres de Goya son nuestros desastres. Lashai preservó el valor de las imágenes de Goya y en su decisión de actualizar su legado lo que hizo fue invitar al espectador a detenerse, a mirar, a involucrarse. No fue otro el objetivo de Goya, cuyas obras exigen al espectador, y al lector, meditar sobre su composición y significado. Lo explica bien José Manuel Matilla, responsable de la exposición en el Centro Botín: Goya fue un artista de la experiencia, cuya obra parte de lo vivido para transformarse y expresar conceptos trascendentes, donde lo particular se convierte en universal y el hecho puntual en motivo genérico. En este sentido, señala, las inscripciones que Goya anotaba en sus obras son reveladoras y al tiempo de enorme complejidad por la ambigüedad de los vocablos empleados, lo que dificulta en extremo la correcta interpretación de la imagen. Y en la obra de Goya, la imagen y la palabra conforman un conjunto inseparable que ha de ser visualizado al unísono. La ligereza formal de sus dibujos se acompaña del atrevimiento conceptual. Un atrevimiento que se hace extensivo a quienes se acercan a Goya seriamente, único modo de aportar algo.

Realidad e imaginación, orden y desorden, luces y sombras laten en las obras de Goya, escribe Matilla. Una afirmación que seguro comparte Manuela Mena, responsable con Gudrun Maurer de Goya y la corte ilustrada en CaixaForum Zaragoza, una exposición atenta a las amistades de Goya y a su estancia en Madrid. Entre los amigos más queridos que dejó en Zaragoza, Martín Zapater, su confidente, del que ahora se presenta por vez primera el retrato que le hizo en torno a 1780 junto a otros dos ya conocidos, de 1790 y 1797. Más allá de encargos y muchos disgustos, poco más unía a Goya con Zaragoza.