¡Shazam!

David F. Sandberg

El nombre de este peculiar superhéroe procede de la mitología: S de Salomón y su sabiduría; H de Hércules y la fuerza; A de Atlas y su resistencia; Z de Zeus, el dios más poderoso; A de Aquiles y su coraje, y M de Mercurio y la velocidad. En la película tiene fuerza, resistencia, poder, bastante coraje -aunque le cuesta darse cuenta- y una increíble velocidad, pero de sabiduría, escasea.

El filme consagrado a este personaje de DC Comics, conocido previamente como Capitán Marvel -antes de que DC entrara en litigio con Marvel por el nombre- y gran rival en ventas en los años 40 de los tebeos de Superman, parece que nunca acaba de definirse. Prima por lo general el tono paródico, desde la elección del actor que encarna al protagonista, Zachary Levi, hasta el carácter bufonesco que tiene el villano de la función.

Este tiene otro poder, el de convocar criaturas horrendas que representan a los siete pecados capitales. Pero la pugna entre unos y otros termina siendo lo de menos. Como si fuera una de las películas de Sam Raimi sobre Spider-man, en la que exploró a conciencia las indecisiones adolescentes, ¡Shazam! se divide entre las heroicidades de Shazam, el pretendido mundo siniestro de su rival y los problemas de adaptación de Billy, un adolescente que ha pasado por muchas casas de acogida antes de obtener los poderes mitológicos.

La corrección y buenrollismo familiar es desmesurada, sobre todo en la descripción de esa pareja (él samoano, ella estadounidense) que acogen a una niña de raza negra, un asiático, un latino, un chico con muletas y una adolescente lista, además del protagonista en cuestión. El carácter liviano que otorga la comedia, lejos de la severidad trágica de Batman, permite, además de unas cuantas bromas a costa de Rocky, uno de los pocos logros del filme: asistir al duro aprendizaje del protagonista, a quien al principio le cuesta volar, correr o controlar su fuerza. El aprendizaje resulta mejor que el superpoder.