Sin obra literaria publicada --guarda con celo sus escritos--, y apenas experiencia como periodista --es licenciada--, Mónica Sánchez Lázaro (Cáceres, 1977) se ha destapado como un diamante en bruto en opinión del jurado del premio Grandes Viajeros que concede Ediciones B e Iberia al mejor relato de un viaje. Sus Memorias del Mato Grosso muestran la realidad de una zona amenazada por el desarrollo, en donde los indígenas corren peligro de extinción y los misioneros realizan una labor tan imponente como desconocida.

Hace dos meses, el jurado compuesto por Rosa Montero, Luis Sepúlveda, Miquel de Palol, José Ovejero, Mariano López, Luis Díaz Güell y Santiago del Rey, elogió el "alto nivel literario, su originalidad, capacidad emotiva y expresiva" de un relato que Mónica Sánchez escribió casi por casualidad. Ayer, en la presentación pública del libro, Rosa Montero aseguró haber descubierto a "una gran escritora".

En un momento de su vida, la autora sintió necesidad de viajar a algún lugar desconocido para romper con lo cotidiano. El destino le llevó a Sao Félix de Araguaia, en el Mato Grosso brasileño, para trabajar en la digitalización del archivo de la prelatura de Pedro Casaldáliga, defensor de la Teología de la Liberación. Pero se encontró con un mundo desconocido que la atrajo sin poder resistirse. Durante un año tomó notas sobre la vida cotidiana en el Mato Grosso que después se convirtieron en un libro.

"Quise dirigirme a un lector anónimo para darle a conocer la voz de los desconocidos", explica Mónica Sánchez. Dos cosas le impresionaron sobremanera: los indígenas y el trabajo de los religiosos comprometidos con una iglesia más cercana a los problemas de la gente. "Desde hace cinco siglos", comenta, "los indígenas caminan hacia la extinción". Lo cuenta con ejemplos precisos recogidos de primera mano en buena parte de las 200 páginas de Memorias del Mato Grosso .

Su estancia entre hombres de órdenes religiosas le abrió nuevos horizontes. "Al principio me pareció extraño incorporarme a una misión pero aprendí a vivir en comunidad". Fue toda una experiencia para una joven que al inicio del texto se define como "joven agnóstica urbana". El relato de su convivencia con dos curas y un seminarista en la selva amazónica está contado sin énfasis autobiográficos y sin ninguna clase de autocomplacencia.

Una de las características que el jurado destaca es la capacidad de Mónica Sánchez de observar la realidad desde perspectivas a la vez subjetivas y universales. A lo largo del relato, la autora mantiene un distanciamiento premeditado respecto a la realidad, lo que hace que las historias suenen más cercanas.

La joven extremeña no ha pensado aún sobre qué escribirá en el futuro aunque confiesa que le interesa más la realidad que la ficción porque la primera "todavía merece la pena". De momento, vuelve al Mato Grosso para compartir el premio con sus protagonistas.