El circo es mucho más que acrobacias, saltos y malabares. Tiene que ver con la cooperación, el ejercicio físico y la creatividad. Bien lo saben en la Escuela de Circo Social de Zaragoza, nacida en el barrio del Gancho en el 2006 y que desde el 2019 opera en la Harinera de San José. Este curso, a pesar de la pandemia, ya han iniciado su escuela para los más pequeños, grupos de seis a nueve años donde les inician al circo y a potenciar su imaginación a través de diferentes modalidades artísticas.

Por alguna parte hay que empezar, y antes de las piruetas de vértigo, desde la Escuela de Circo Social asientan las bases para sus aprendices más jóvenes. «Empezamos a trabajar desde la acrobacia básica como puede ser la voltereta hacia delante, a caminar en equilibrio por el cable, a jugar con pelotas, la técnica de aéreos en los trapecios, equilibrios, acrobacias, malabares...», explica Paula Pons, profesora de los cursos. «Todo esto lo unimos siempre con la danza y el teatro porque trabajamos desde la parte lúdica y vamos siempre a buscar una creación, un espectáculo final de grupo que siempre suele generarse desde los propios participantes. No es el profesor quien lo impone, los chicos van viendo que las coreografías y los juegos que hacemos uniéndolos puedes crear un espectáculo» señala Pons.

Los aéreos o volteretas, apunta la profesora, a pesar de parecer ejercicios muy individuales, fomentan la confianza en el resto de los compañeros. «Tú nunca vas a estar colgado solo de una tela, siempre vas a tener a un compañero abajo que te cuide. Son las disciplinas más peligrosas o en las que si te caes te puedes hacer más daño, por eso se necesita que haya alguien para ayudarte o recordarte cosas. Aunque luego en un espectáculo veas a una persona sola nunca lo habrá estado en los ensayos. Necesitas esa confianza, porque si tú no te fías de tu compañero no te vas a atrever a hacer un mortal, por ejemplo», comenta la profesora zaragozana.

La Escuela de Circo Social propone ejercicios donde se busca la actividad física alejada de la competitividad y donde invitan a sus alumnos a crear sus propios movimientos. «Buscamos mucho el juego con objetos. De primeras no vamos a enseñar la técnica, sino el juego. ¿Cómo puedo jugar, por ejemplo, con una maza de malabares? Buscamos formas y utilidades distintas a su uso común. Desde ahí van diciendo: «pues si lo muevo así parece que estoy dibujando o si la pongo en el suelo haciendo equilibrios puedo bailar alrededor...» A raíz de esto ellos encuentran la manera de aprender», señala Pons.

Sumados a los grupos infantiles, la Escuela de Circo Social tiene otros grupos e iniciativas en marcha para chavales de nueve a doce años y de 13 a 18 años. Un ejemplo de ellos son los grupos de circo acrobático, que ya llevan varios años siguiendo el itinerario.

«También tenemos circo en familia los fines de semana, que son actividades más puntuales y de menos regularidad. Tenemos los miércoles un espacio abierto para que los jóvenes vengan a entrenar. Siempre hay alguien de la escuela para orientarlos, pero el objetivo es que ellos entrenen, que sea un espacio de convivencia para ellos y que puedan practicar el circo, porque no es fácil que haya espacios adaptados para ello», reconoce Paula Pons.

¿Qué les aporta trabajar las modalidades del circo a los más pequeños? Pons lo ve claro: «Al final el lenguaje del circo es un lenguaje corporal, una manera diferente de expresarte».

Los cursos de la escuela, que siempre son para grupos reducidos, comienzan en octubre y acaban en mayo. Finalizadas las clases se suele realizar una muestra artística en el Festival de Circo Social de Zaragoza. La escuela, además, también organiza talleres en colegios e institutos.