«Puede que no fuera la opción obvia pero parece que ha funcionado». Oscar en mano como mejor actor por Bohemian Rhapsody, Rami Malek podía mostrarse el domingo sutilmente orgulloso, y no es para menos. Sacha Baron Cohen y Ben Whishaw fueron dos actores vinculados previamente al papel de Freddie Mercury en un proyecto complicado y largo que empezó y acabó tumultoso, pero ha sido Malek quien, a los 37 años, con su primer papel protagonista en el cine tras demostrar su talento en la serie Mr. Robot, por la que ya ganó un Emmy, ha acabado tocando el cielo de Hollywood. Nacido en Los Ángeles de padres inmigrantes de Egipto, es el primer actor de origen árabe con esa estatuilla.

La capacidad de Malek para canalizar el genio musical y escénico de Mercury es una de las claves fundamentales, más allá de la obvia de la música de Queen, del éxito de público de una película destrozada por la crítica: 860 millones de dólares en taquilla y contando. Y la Academia ha ido más allá de las llamativas protesis dentales que ponían a Malek en riesgo de parecer un imitador de Las Vegas o de las deficiencias del filme de las complejas realidades personales de Mercury y ha reconocido el innegable logro de Malek, que aprendió a cantar, tocar el piano y bailar para la película y que lo primero que rodó en la película fueron las conseguidas escenas de la actuación de Queen en el concierto Live Aid en Wembley.

Como de costumbre en toda la temporada de premios en la que ya había arrasado, el actor no mencionó en sus discursos a Bryan Singer, el director despedido dos semanas antes de que acabara el rodaje y salpicado por acusaciones de pederastia y otras conductas sexuales inapropiadas (que el realizador niega). Tampoco habló del sida. Prefirió centrarse en lo que la película, Mercury y su propia historia representan sobre un mensaje de búsqueda y defensa de la identidad propia.

Ante la prensa el actor, que tras interpretar varios papeles de terrorista decidió en el 2010 que no aceptaría más ofertas que pusieran bajo estereotipos negativos a los árabes, explicó cómo a él mismo le costó hacer las paces con su propia identidad y cultura. También, que supo que podría ser Mercury cuando descubrió que el músico era Farrokh Bulsara. Ya sobre el escenario había remarcado: «Hemos hecho una película sobre un hombre homosexual, un inmigrante, que vivió su vida siendo él mismo sin disculparse. Ansiamos historias como estas».