Elmer Bernstein, uno de los compositores más prolíficos y versátiles del cine estadounidense, falleció ayer, a los 82 años, en su casa de Ojai (California). Bernstein impuso conceptos jazzísticos y de música tradicional norteamericana en buena parte de sus partituras de los años 60 y 70, y aunque la popularidad absoluta le llegara a través de la publicidad, cuando la firma Marlboro decidió utilizar el tema principal que compusiera en 1960 para Los siete magníficos , sus experimentos en el campo cinematográfico fueron realmente notables.

Más de 200 títulos, entre películas y series de TV, avalan una carrera que tan sólo sufrió un prolongado bache en la década de los 70, años de supervivencia saldados con algún que otro superventas, caso de Los cazafantasmas . Profesional en el sentido estricto y amplio del término, veía entre 20 y 30 veces la película antes de empezar a escribir la música para la misma.

John Sturges, Robert Mulligan, John Frankenheimer, John Landis y Martin Scorsese son cuatro de los directores con los que mejor relación mantuvo. Su último trabajo fue la emotiva partitura melodramática para Lejos del cielo , de Todd Haynes. Visitó Barcelona en dos ocasiones, en 2001 y 2002, dirigiendo a la OBC en el Auditori con sendos repertorios de música cinematográfica.

Nacido en Nueva York, el 4 de abril de 1922, Bernstein se convirtió en uno de los protegidos de Aaron Copland, uno de los grandes autores de música norteamericana. De él heredó el gusto por las raíces, la exploración constante en los sonidos folk y la corporeidad en los arreglos. En sus inicios cinematográficos, tras una larga estancia en la radio, compuso músicas incidentales para unas cuantas producciones de serie B de títulos tan exóticos como Cat women of the moon (1953).

Del cine pobre de Hollywood pasó a los fastos bíblicos de Cecil B. De Mille con Los 10 mandamientos , en 1956, aunque un año antes había firmado la primera gran banda sonora de su nutrida obra, El hombre del brazo de oro , donde incorporó elementos jazzísticos. Siguió en esta dirección con otras de sus valiosas obras --el jazz húmedo de Nueva Orleans en La gata negra --, combinándola con su exploración de la música estrictamente americana en westerns como Los siete magníficos, Los comancheros y Los cuatro hijos de Katie Elder . Otro notable éxito de esta época fue la bulliciosa música de La gran evasión .

La suerte del Oscar le fue esquiva durante muchos años, quizá porque su nombre estuvo ligado a las listas negras por sus simpatías izquierdistas. Aunque nominado en 13 ocasiones, entre ellas por sus definitorios trabajos en Matar a un ruiseñor, Los siete magníficos y La edad de la inocencia , tan sólo logró la estatuilla por la más desconcertante de sus bandas sonoras, la comedia Millie, una chica moderna (1967).

Supo desenvolverse bien en el melodrama arrebatado, caso de Como un torrente , o en el rhythm´n´blues, con Granujas a todo ritmo . En 1991, con El cabo del miedo , aceptó el desafío de darle nueva vibración a la música que otro clásico, Bernard Herrmann, había compuesto para el filme original, El cabo del terror .