Es imposible encontrar a alguien que tratara con Jannis Kounellis (El Pireo, 1936-Roma, 2017) que no destaque su humanismo, su compromiso social y político, y su buen hacer, además de, por supuesto, su gran condición de artista. Uno de los más importantes del siglo XX y uno de los grandes representantes del Art povera. Una práctica, la de utilizar objetos cotidianos de desecho como expresión artística, que no abandonó en toda su trayectoria. Es más, el concepto «povera» para el creador griego afincado en Italia era algo que iba más allá de la representación plástica, era también una actitud, una espiritualidad y un compromiso. De ahí el dramatismo y el poso de angustia que siempre han destilado sus obras. Y de ahí, también, que se le conociera como el Goya del arte contemporáneo. Kounellis falleció el jueves en la capital italiana, donde residía.

Se instaló en Roma a los 20 años para seguir la formación artística que ya había empezado en Grecia. Y aunque comenzó pintando, el marco del lienzo le quedó rápidamente pequeño. Tan pequeño que no tardó en empezar a utilizar materiales orgánicos e inorgánicos: troncos, fuego, sacos, carbón, hierro, café y animales vivos o muertos en sus trabajos, que pronto dejaron de ser cuadros para ser instalaciones y así evidenciar uno de sus lemas: el arte debe «salir del marco».

Su primera exposición individual fue en 1960 en la galería romana La Tartaruga, punto de encuentro de artistas e intelectuales de la ciudad. Aunque su exposición más célebre data de 1969 cuando metió 11 caballos vivos en la Galleria l’Attico de Roma. Muertos estaban los bueyes que llenaron en 1989 la antigua fábrica de asfalto que por entonces ocupaba el Espai Poblenou de Barcelona, un centro que se inauguró con una espectacular y controvertida exposición de Kounellis. Pero su gran antológica en España la celebró Museo Reina Sofía de Madrid en 1996 con polémica incluida: la Guardia Civil confiscó un loro vivo que formaba parte de una pieza.