Solía decir que siempre había vivido en el infierno, así que ahora a Leopoldo María Panero (Madrid, 1948) --el último de una saga marcada por el malditismo y por la firme voluntad de no dejar descendencia-- le toca sino el cielo sí el descanso. El poeta esquizofrénico, nuestro Rimbaud particular, ha muerto a los 65 años mientras dormía en el psiquiátrico de Las Palmas, donde se recluyó voluntariamente en régimen abierto hace 17 años, tras haber vivido otros tantos en el de Mondragón y años antes en uno de Barcelona. A todos estos centros los calificó como "lugares infernales", donde lo atiborraban a drogas que frenaban sus excentricidades. Él hablaba de "atontamiento" y de "lento envenenamiento". Hace un año y medio le diagnosticaron una enfermedad crónica.

Con su fallecimiento se cierra el proceso de demolición familiar que se vio reflejado en las películas El desencanto de Jaime Chávarri y Después de tantos años, de Ricardo Franco, tremendas y sobrecogedoras radiografías que trazan el destino sin esperanza de los tres hermanos Panero, hijos del poeta franquista Leopoldo Panero. Juan Luis, el mayor, murió el pasado mes de septiembre; Michi (Santiago), el menor, se fue en el 2004. En medio se situaba Leopoldo María, el más genial, atormentado, imprevisible y brillante. Era fácil pensar que él iba a ser el primero en marcharse y no ha sido así.

Es muy difícil separar en el poeta, la enfermedad mental de su proceso creativo para el que fue a la vez impedimento y acicate. Le diagnosticaron esquizofrenia por primera vez a los 20 años, un poco antes había publicado su primer libro de poemas, de título proustiano, Por el camino de Swan que le valió el pasaporte para convertirse en el más joven de los Nueve Novísimos de Josep Maria Castellet --una nómina que se ha visto reducida recientemente con la desaparición la pasada semana de Ana María Moix y antes del propio Castellet--.

Junto a otro de los grandes malditos locales, el autodestructivo Eduardo Haro Ibars, hijo del periodista Eduardo Haro Tecglen, rompió por esas fechas la noche canalla madrileña, drogas incluidas (esa experiencia cruza toda su trayectoria pero primordialmente, en Heroína y otros poemas). Por ello, a ambos se les aplicó la ley de vagos y maleantes que les llevó a un internamiento en Carabanchel. Esa experiencia y su primer intento de suicidio culminaron en Así se fundó Carnaby Street (1970) el poemario en el que cristalizan todas sus obsesiones (el tema de su infancia con ecos de Peter Pan, libro que por cierto tradujo) y su feroz y radical experimentación. También es el punto de partida de unos 50 títulos, sin contar las antologías, que dan cuenta de su labor incansable. Aunque en los últimos años, como ha revelado Luis Antonio de Villena, tuviera un colaborador que ordenaba el hilo de sus poemas. El pasado año Visor publicó su poesía completa.

ADICTO A LA COLA Era un bebedor inveterado de coca-cola que consumía compulsivamente a litros, mientras fumaba un cigarrillo tras otro y dejaba olvidados, o no, sus versos en servilletas y papelitos arrugados. Sorprendemente, Panero, pese a sus continuadas reclusiones psiquiátricas, siguió llevando una activa vida pública en encuentros literarios y no rehuía las entrevistas, que en muchos casos, se convertían en enormes y di-