Cuando el 25 de octubre de 1900 llega a París, Picasso es todavía un joven pintor desconocido que busca en la capital francesa el efervescente ambiente artístico del que luego se impregnará su obra. Descubre a Delacroix, Ingres, Courbet, Manet y los impresionistas. Admira a Van Gogh y a Pierre Puvis de Chavannes. Asimila la influencia de los maestros modernos y poco a poco experimenta un nuevo lenguaje limitando su paleta a los acordes del gris, el azul y el rosa, reduciendo los rostros al óvalo de una máscara.

El Museo de Orsay -la antigua estación de tren junto al Sena en la que desembarcó el joven Picasso- en colaboración con el Museo Picasso de París ha reunido en una exposición excepcional 300 obras del pintor malagueño de los periodos azul y rosa, unas cincuenta procedentes del Museu Picasso de Barcelona y numerosas piezas pertenecientes a colecciones privadas.

La muestra recorre de manera cronológica 16 salas en las que conviven 80 telas con unos 150 dibujos, una quincena de esculturas y una veintena estampas que ofrecen una nueva lectura de este momento clave en la trayectoria de Picasso.

«Lo que vemos es el genio clásico de Picasso, pero también el revolucionario. No es la revolución cubista pero nos conmueve profundamente con esa visión de la sociedad ultracontemporánea», explicó a este diario el comisario y presidente del museo Picasso de París, Laurent Le Bon.

«Nunca en la historia del arte un artista se ha sumergido durante tanto tiempo en una franja de un mismo color para mostrar la sociedad a través de un prisma cromático. Eso tiene una fuerza increíble», agrega Le Bon.

La llegada de Picasso a París marca el nacimiento de su identidad artística y el inicio de un periodo creativo intenso marcado por los viajes entre España y la capital francesa. Las obras de este principio de siglo evocan a los modernistas catalanes y a los maestros del siglo de Oro.

Entre 1900 y 1906 hay una gran diversidad de estilos. Picasso transita del clasicismo al posimpresionismo de Van Gogh, cuestiona los planteamientos plásticos de su propia obra y pasa de una paleta de estilo prefauvista a la casi monocroma del periodo azul y, posteriormente, a las tonalidades rosas de la época de los saltimbanquis.

Cuando llega por segunda vez a París en la primavera de 1901 ya lo hace con los lienzos que el galerista francés Ambroise Vollard expondrá en París.

Muerte de Casagemas / La exposición fue un éxito y el joven Picasso entra en un periodo de introspección. Además de la obra ligada a la muerte de su amigo Carles Casagemas -pintor que se suicidó por un desengaño amoroso- firma una serie de lienzos en las que aparece la figura del arlequín, una iconografía que remite tanto a las escenas de los cafés parisinos de Edgar Degas o Eduoard Manet como al mundo de los saltimbanquis.

El periodo azul desarrollado a su regreso a Barcelona bebe también en las fuentes de las reclusas de la prisión de Saint Lazare que Picasso visitó en París y que son el punto de partida de la serie sobre la maternidad en la que se adivina la influencia de El Greco, igual que en el cuadro El entierro de Casagemas.

Entre 1901 y 1903 realiza numerosos dibujos eróticos que suponen un contrapunto a los lienzos graves y melancólicos, preñados de simbolismo, del periodo azul. Prolonga su investigación sobre el mundo de las prostitutas -como en el cuadro La Celestina inspirado en la propietaria de un burdel, Carlota Valdivia- e introduce un elemento que será constante en su obra: la permanente relación entre el amor y la muerte.

El azul se mezcla con el rosa que paulatinamente gira hacia el ocre al inspirarse en la exposición de Ingres que Picasso ve a principios de 1906.

¿Es Picasso inagotable? le preguntamos a Le Bon. «Tenemos la suerte de que Picasso hizo más de 50.000 obras, dominó todo el arte del siglo XX y abrió nuevos horizontes». La exposición, que se abre hoy, se clausura el 6 de enero de 2019. Pero Picasso es inagotable. En suelo francés hay actualmente 14 muestras sobre su obra, y las hay también en Italia, Inglaterra, Chipre y España.