En 1351 estalló en China la revuelta contra la dinastía Yuan de miles de agricultores que habían sido obligados a reparar los diques del río Amarillo, tras las graves inundaciones provocadas por el abandono de los proyectos de irrigación. Al año siguiente, el agricultor y monje budista Zhu Yuanzhang se unió a los Turbantes Rojos de la sociedad secreta budista del Loto Blanco. En 1356 el grupo de Zhu tomó la ciudad de Nankín y en 1368 fue proclamado primer emperador de la dinastía Ming, que gobernó en China durante casi de tres siglos. Hasta su muerte, en 1398, Hongwu, «sumamente marcial», como se hizo llamar Zhu, se esforzó en reconstruir la base agrícola china, asentada en comunidades rurales independientes de los centros urbanos, y en mejorar las vías de comunicación, además de establecer un rígido orden que afectaba a todos los ámbitos del poder y de la vida. Los resultados del complejo sistema imperial pronto tuvieron resultados imprevistos, tales como el abandono del trueque con el consiguiente florecimiento del comercio interior y exterior que transformó la economía y tuvo influencia inmediata en la sociedad y en las artes. Todo en la dinastía Ming giraba en torno al emperador, el Hijo del Cielo, un ser semidivino que vivía con sus familiares más cercanos en lujosos complejos palaciales, rodeado de miles de personas que trabajaban en los organismos administrativos, talleres, archivos y templos, bajo un orden que pretendía el establecimiento de una sociedad ideal, organizada según una estricta jerarquía que situaba en el primer nivel a los funcionarios eruditos, seguidos de los hombres con educación reglada, los campesinos y artesanos, y los comerciantes. Hongwu fijó en Nankín el palacio real protegido por murallas. Con el ascenso al trono de su hijo Yongle en 1402, tras arrebatárselo a su sobrino Jianwen, la capital se trasladó a Pekín donde mandó construir un recinto similar al de Nankín que conservó la función ceremonial de la vida imperial, dominada por un rígido protocolo y todo tipo de rituales.

EL FLORECER DE LA CULTURA / Con el propósito de organizar la sociedad y fijar la recaudación de impuestos, Hongwu presentó en 1381 el sistema censal de la «lijia» cuyos datos son dudosos pues, como señala el historiador Timothy Brook, las obligaciones fiscales explican que muchos funcionarios falsificaran las viviendas que tenían bajo su jurisdicción y que muchas familias no informaran correctamente sobre los miembros que vivían en su casa; los niños, y en especial las niñas, más allá de la práctica habitual del infanticidio, y algunas mujeres adultas, no eran contabilizados. La mujer no tenía lugar en la escala social y su vida se regía por severas convenciones basadas en las tres obediencias: al padre, al marido y al hijo. Y más allá de las diferencias según viviera en el campo o en la ciudad, del rango social de sus familiares masculinos o del lugar que ocupara en el imperio, la mujer lograba el reconocimiento de su virtud en la sumisión que debía al hombre y en su papel como protectora de la familia. En un mundo cambiante correspondía a la mujer mantener el orden con estricta moral. Ocurrió, sin embargo, que los muros que anhelaron mantenerlas aisladas no fueron lo suficientemente altos. El florecer de la cultura fue decisivo. Llegó incluso hasta las localidades más pequeñas donde comenzó a impartirse la enseñanza primaria. En la «extensión del conocimiento» destacó Wang Yangmin, quien defendió que los principios universales eran conceptos ligados a las mentes de todas las personas, de tal modo que cualquiera, más allá de su posición social y económica, podía llegar a ser sabio. Sus opiniones, que causaron el malestar de los confucianos conservadores, fueron muy bien recibidas por quienes empezaron a poner en entredicho la validez de las jerarquías sociales y del núcleo familiar. Li Zhi defendió que las mujeres eran intelectualmente iguales a los hombres, por lo que deberían recibir una mejor educación; en 1602 murió en la cárcel por hacer públicas sus ideas. Si bien hacía tiempo ya que las madres ofrecían a sus hijas educación primaria y que las cortesanas se entrenaban en las artes de la pintura, poesía, caligrafía y literatura.

No es por tanto tan curioso, como dice la cartela de la pintura sobre seda, Mujeres en el jardín, que una de las mujeres de familia acomodada que está sentada junto a la mesa en primer término de la composición, esté leyendo. Aunque el jardín sea una extensión del espacio doméstico donde las mujeres pasan el tiempo «entretenidas». Nada que ver con el paisaje en el que los hombres eruditos, solos o en grupo, reflexionan o comparten experiencias culturales de alto nivel. Junto a la pintura mencionada, el bellísimo rollo horizontal, realizado a comienzos de la periodo Qing, Mujeres ociosas de una antigua dinastía que resulta ser la de Ming. Ociosas siempre, aunque en su paseos y juegos las encontremos contemplando el paisaje o «entretenidas» con la caligrafía o la pintura. De Tang Vin, pintor de la famosa Escuela de Wu, es el rollo vertical de la Mujer tocando la flauta de bambú. Experto en paisajes, flores y aves, logró el éxito con las mujeres elegantes que pintó no sólo como la manifestación de un sentimiento sino como medio de vida al sufrir el rechazo del círculo de eruditos. No se conocen mujeres artistas en el periodo Ming; quizás se vieron obligadas a permanecer en el anonimato. Imaginemos que fueron mujeres las autoras de las dos primeras obras citadas. Se sabe que fueron importantes mecenas y coleccionistas, cuyo criterio disgustó. Isabel Cervera recoge el desdén de un tal Dong Qichang hacia el juicio artístico femenino cuando señaló que la quinta y última condición que impedía que la caligrafía y la pintura fuera mostrada era la presencia de las mujeres. Ningún inconveniente en que su imagen fuera reproducida.