Los museos son como una encrucijada de caminos en que cada cual decide la dirección que ha de tomar. Porque existen museos para recordar, para disfrutar, para caminar, para degustar, y para descubrir un sinfín de aventuras que de no haber traspasado el umbral de las puertas de un museo jamás hubiéramos podido siquiera imaginar. En los museos, las musas que los habitan no pasan de nadie sino que se enredan como alegres medusas en las cervices de los visitantes, mesando sus cabellos, incentivando su curiosidad y las ansias por saber.

Musaelizarnos más es quizás lo que precisamos en este mundo cada vez más carente de referentes y de virtudes sin las cuales difícilmente se puede ser feliz. Porque los museos son la fuente de cuya agua es preciso beber, pues de ellos manan las ejemplarizantes artes humanas que a todo gran pueblo siempre acompañan.

Son también los museos sedes del talento, por tanto de riqueza, ya que al igual que ahora es sinónimo de inteligencia, en un principio sirvió la palabra talento para denominar a una moneda, de cuyo buen uso se pueden derivar las mejores obras para el bien común. Sería por tanto de destalentados dejar pasar la oportunidad de entrar en los talentosos museos y beneficiarnos de los valores (otra vez lo monetario enredado con las virtudes) que atesoran.

No son tampoco los museos espacios cerrados, sino abiertos a la imaginación y a la fantasía de, como en Una noche en el museo, sus piezas pudieran recobrar actualidad y vida y de cómo sería tan estrambótica interacción. Porque en los museos es preciso cambiar nuestros habituales parámetros de pensamiento y realizar un ejercicio de abstracción, pues de otro modo será difícil superar el ruido y la barrera que se alzan desde las vitrinas entre nosotros y las piezas que contemplamos.

Así mismo, los museos nos identifican en lo histórico y humano. «Esto lo conocí, lo viví. Ahí estuve yo» son algunas de las recurrentes frases que se pueden oír a menudo por boca de nuestros mayores en sus visitas a los museos etnológicos. Ropas, aperos de labranza, instrumentos musicales, recuerdos de cuando la guerra… Un pasado que, aun avanzando, sin mirar atrás, hacia el futuro, es necesario conocer, o de otro modo será hacia ese ignorado pasado al que inexorablemente nos dirijamos. Pues como glosa la conocida sentencia: «las naciones que desconocen su historia están condenadas a repetirla».

Lo que no son los museos, son estaciones abandonadas en las que ya no se alberga la esperanza de escuchar el silbido de la llegada de ningún tren. Bien al contrario, constituyen esenciales puntos de confluencias y encuentro; concurridas puertas de salida hacia un más próspero y solidario desarrollo de las sociedades modernas. Faros de la creatividad alumbrando el rumbo hacia la esperanza de un mañana mejor. Calzadas de peregrinación, rutas universales de fraternidad sin descartes ni exclusiones. Una meta para la cual no hay otro machadiano camino que el que cada caminante marca al andar. ¡Que las musas te acompañen!