En abril de 2016, el doctor en Historia del Arte Arturo Ansón tuvo la posibilidad de visitar y conocer una colección de arte privada en Zaragoza. Cuál fue su sorpresa cuando descubrió que allí permanecían a buen recaudo obras a las que se les había perdido la pista, entre las que estaban la conocida entonces como Visión, un Goya del que nada se sabía desde 1928. Ahora, este cuadro se expone junto a otros dos de la misma colección en el Museo de Zaragoza. Los acompañantes de este Goya son un óleo de Francisco Bayeu y otro de Antonio González Velázquez.

«Es una gran alegría que un espacio abierto a todos los aragoneses sea objeto de un depósito de una familia, de tres obras importantes, para disfrute de todos los ciudadanos», dijo ayer nacho Escuín director general de Cultura del ejecutivo aragonés. Las tres obras, que datan de finales del siglo XVIII y principios del XIX, permanecerán en el depósito de la pinacoteca y sus donantes han querido permanecer en el anonimato.

UN GOYA INÉDITO

Visión fantasmal es el cuadro de más valor expuesto. La obra ha sido datada y estudiada por el mismo Ansón, que explicó con mucha pasión los detalles y las extraordinarias características del óleo. «Esta pequeña pintura es prácticamente inédita. Solo se conocía por una foto del Juan Mora Insa que apareció en la revista Aragón en 1928, y desde entonces no se había sabido nada más. Ahora sabemos que nunca salió de Zaragoza», explicó. El óleo, de pequeñas dimensiones, representa una especie de ente cornudo y etéreo acompañado de otras dos figuras extrañas que parecen aterrorizar a unas mujeres en primer plano que, comparadas con los fantasmas, son muy pequeñas.

«Es extraordinario porque este cuadro Goya lo pintó ya maduro y demuestra que podía hacer lo que le daba la gana. Nadie en la época hacía algo parecido, Goya retrataba aquello que le pasaba en la mente. Este cuadro además no es ni un boceto ni una prueba, a pesar de que parece un borrón. Esto es porque fue hecho sin prueba previa», relató Ansón. La obra tiene rasgos característicos del pintor y genio aragonés, por lo que el doctor, tras su estudio, concluyó su autoría: «Tiene los estilemas y modos de Goya, y también responde a la temática fantástica o caprichosa que él plasmó en grabados y cuadros de finales del siglo XVIII».

El segundo de los cuadros es El martirio de san Eugenio, obra de Francisco Bayeu y Subías, cuñado de Goya y hasta la llegada de este, el mejor pintor y dibujante de su época. El lienzo es un boceto acabado que le sirvió al pintor para preparar la escena del fresco del mismo asunto (la degollación de San Eugenio) que decora uno de los muros del lado este del claustro de la catedral de Toledo. Esta obra expuesta le sirvió a Bayeu para presentar su trabajo ante el arzobispo Lorenzana, responsable de la aprobación.

Por último, entra a formar parte del depósito de Zaragoza San Lucas, un cuadro de Antonio González Velázquez que destaca por sus amplias pinceladas y el contraste entre los claros y las zonas oscuras. Al igual que la obra anterior, este lienzo le sirvió a González Velázquez como boceto para después pintar el fresco de una de las pechinas de la cúpula de la iglesia de los santos Justo y Pastor en Madrid, actual basílica pontificia de San Miguel.

Las tres pinturas en su conjunto conforman así una muestra de la pintura de tres artistas relacionados entre sí y cuya trayectoria recorre desde el bárroco italiano hasta el neoclasicismo y el prerromanticismo, del que Goya fue un precoz representante. Una muestra más de la genialidad del maestro aragonés.