Subió Enrique Amador Musi el martes al escenario de la sala Luis Galve del Auditorio, facturó el que quizás haya sido uno de los mejores conciertos de su carrera y dijo adiós. Pero entiéndame: no es que se despidiera hasta otra porque había finalizado su actuación, no; fue un adiós definitivo a los conciertos y las grabaciones. Sí, Musi, quien fue niño precoz del piano flamenco, todo un hombre, hoy, está cansado de componer y ensayar sin un horizonte claro, y ha decidido retirarse. «Tocaré en casa para mi hija», me decía unas horas antes del concierto en el Auditorio, espacio emblemático para él, pues ahí se estrenó ante el público al comienzo de su trayectoria.

Así están las cosas en Zaragoza y en las españas. Tal vez si Musi hubiese emigrado a Madrid o Barcelona las cosas habrían sido de otra manera, pero en cualquier caso no conviene hacer conjeturas: la vida le lleva y le obliga a cada cual a transitar por caminos que a veces no permiten desarrollar los talentos artísticos. Así que tampoco hay que lamentarse más allá de lo necesario. Musi seguirá tocando el piano en privado y para los amigos (tal vez un día regrese a los escenarios, pues como canta Rubén Blades, «todos vuelven»), y ahí quedan sus conciertos, sus grabaciones, las experiencias compartidas con artistas como Miguel Poveda, Paco de Lucía, Michel Camilo… Siempre podrá presumir de ser pionero del piano flamenco en tierra de jotas.

El martes estuvo muy bien acompañado por Josué Barrés, percusión; Daniel Jiménez, cante; Juan Caballero, bajo; Simón Fernández, flauta travesera, y Salvador Gabarre El Chapi, baile. O sea, un grupo más que solvente que aportó al vigor y a la intuición de Musi fuerza, color y matices. Y el pianista tocó con brío, con alma, dando todo lo que puede (que es mucho) en el instrumento; su instrumento, el mismo con el que siempre ha actuado en el Auditorio. Dejó aire para que sus músicos respiraran, engarzó solos con desarrollos grupales, dio cuerda al bailaor… Era como decir, con la modestia que le caracteriza, «ahí queda eso».

Baladas, tangos, bulerías y una colombiana casi antológica formaron parte de repertorio del adiós. La música pierde un artista necesario, con sus luces y sombras, pero creo que el artista le gana la partida a la música. Musi se retira joven, consciente de cuáles son sus posibilidades de triunfo y feliz por lo conseguido. A ver: para sufrir siempre hay tiempo. Y Musi, creo, quiere tiempo para vivir, no para padecer.