Antes de comenzar, y anticipando la crecida de hatemail en mis cultivos, déjenme decirles que soy fan de los Beatles. En cuanto a Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, digamos que no lo considero abominable ni vomitivo, pero sí muy irritante. Es como ese amigo que te copia las muletillas o la gente que fuma en pipa. No son Klaus Barbie, no pedirías su extradición ni mandarías un escuadrón del Mossad, pero sí sientes de vez en cuando el impulso de aplastarles un cupcake en la cara.

Uno de los problemas del disco es su aureola. Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band es el tipo de elepé del que los musicólogos dicen, ajustándose pajaritas imaginarias al cuello, que es una «síntesis psique-clásica», con sus «cadencias doble plagales» y «escalas pentatónicas». ¿Uh? El octavo elepé de los Beatles es el disco más sobrevalorado y pomposo de la historia. Cuando apareció en 1967, se escuchó un suspiro de satisfacción: eran los críticos decanos de Oxbridge, que por fin veían cómo el rock’n’roll dejaba de ser popular, flamígero y bailable (chusmero, por decirlo rápido y mal) y se convertía en… intelectual. «Estableció el puente entre cultura popular y arte legítimo». Ecs.

Sgt Pepper’s es el tiro de gracia al rock’n’roll y el pop de single tal y como los conocimos hasta 1967: bobos y breves y épicos. Marcó el inicio del aburrimiento y la contemplación en el pop blanco, instauró el sombrío trienio del rock adulto (1968-1970, hasta que llegó el glam rock), los cantautores para divorciados, el odioso blues rock. Sin Sgt Pepper’s no hay Genesis ni el Dark side of the Moon de Pink Floyd, discos que exigían ser escuchados a oscuras, con reverencia y sumisión (que solo se rompían cuando algún no-creyente soltaba un pedo). Música estudiantil: Sgt. Pepper’s es un ornamento ideal para universitarios. Música para enmarcar y medir, en lugar de para morrearse y dar cabriolas y enfrentarse a la policía. Arranca el pop de los clubes sociales, las discos, las fiestas caseras, la clase obrera, en suma, y lo coloca en un anfiteatro repleto de catedráticos, para ser convenientemente diseccionado y embalsamado y degustado sin peligro de contagio.

Ustedes dirán que nada de esto es culpa del grupo o del disco. Al contrario. Este es un disco que se confeccionó como un concepto unitario, como una pieza de museo. Un cerebral producto de laboratorio grabado durante 129 días por músicos hastiados al borde del cisma. 129 días de marear la perdiz y golpear el cadáver, de ir pegando mierdecillas y pedorretas, a ver si algo se quedaba pegado. Un disco que fue gestado a base de ideas tan presuntuosas como petrificadas, mientras una colosal pluma de emú emergía del sombrero de Paul McCartney.

Inconsistente, extraviado y desganado; así es SPLHCB. Compárenlo con los dos trabajos discográficos previos del grupo, Rubber Soul (1965) y Revolver (1966). Y ahora echen un vistazo a esto: unos pocos hits inapelables (Lucy in the sky with diamonds, She’s leaving home, A day in life) conviven con puro material de cara B discreta: Fixing a hole, Lovely Rita, el pastiche raga Within you without you, el vodevil fotocopia-sin-tóner de Being for the benefit of Mr.Kite. Que estas canciones de relleno fuesen aceptadas en el elepé solo significa que los Beatles habían secado el manantial y creían que cualquier birria colaría. Y eso resulta deprimente.