Sabíamos del narcotráfico porque una narcoliteratura nos lo contó. También lo hicieron las películas y, claro está, las series televisivas norteamericanas -Narcos a la cabeza-, con su visión más o menos sesgada de aquella cultura del dinero fácil, la violencia extrema y la corrupción. El fenómeno lleva unas décadas alimentando novelas, de género o no, en Colombia y en México con autores como Elmer Mendoza, Yuri Herrera, Laura Restrepo, Jorge Ramos o Fernando Vallejo. Pero que no se hablara de ello en España no quiere decir que el fenómeno no hubiera atravesado el Atlántico. Es sabido que los narcos reales encontraron en España un terreno fértil, primero en la costa gallega y más tarde, en la actualidad, en el Estrecho, en la zona del Campo de Gibraltar.

Pero se tardó mucho en alcanzar un relato ordenado y comprensible de lo que estaba ocurriendo y también en trasladar esa historia a la ficción. Y aunque la narcoviolencia española no tenga en absoluto la virulencia de la latinoamericana -ni por lo tanto la espectacularidad de sus crímenes-, hoy es fácil detectar una tendencia de novela negra que explora esa realidad.

El nombre de Nacho Carretero es casi obligatorio para poner el kilómetro cero al actual fenómeno editorial, especialmente por su libro Fariña, un reportaje periodístico de la corrupción social en la costa gallega hace dos décadas y que debidamente trasladado a la ficción ha dado pie a la exitosa serie televisiva, con sus capos a la vez entrañables y terribles.

EL DETONANTE / El periodista gaditano Jerónimo Andreu, que ha publicado En el vientre de la Roca (Salamandra), trepidante historia sobre el crimen organizado en la zona de Gibraltar, está de acuerdo en que Fariña ha alentado la curiosidad por este tipo de producto y sus posibilidades televisivas: «Pero no creo que sea tanto un efecto de llamada como una coincidencia de muchos autores que paralelamente a ese libro también estaban escribiendo sobre nuestro narcotráfico, nuestra corrupción y nuestro blanqueo de dinero». Según Benito Olmo, otro autor gaditano, el detonante Fariña ha sido bueno para visibilizar el subgénero, pero no es exactamente nuevo ya que en el 2002, con La reina del Sur, Arturo Pérez-Reverte ya apuntaba las coordenadas del negocio desde un tratamiento más romántico y épico, y quizá menos sujeto a la realidad.

«Las novelas que ahora se acercan al fenómeno lo hacen de una forma más periodística, más descarnada y cruda -dice Andreu-, de ahí que algunos de los autores seamos reporteros que hemos hecho calle y conocemos bien el territorio».

Sería el caso del valenciano Ramón Palomar, que hace unos años publicó su novela 60 kilos, una visión panorámica, picaresca y coral que traslada al lector desde Valencia hasta Oporto, pasando por Tarifa y Tánger. O de Pere Cervantes, que acaba de publicar a su última obra, Golpes (Alrevés), que pretende levantar el velo de cómo trabajan en España los operativos policiales contra el tráfico de droga relatando la historia real de un policía hoy pendiente de juicio por haber pactado con un informador respecto a un gran alijo. Sin olvidar que Lorenzo Silva ha trasladado a sus héroes, Bevilacqua y Chamorro, a las aguas del Estrecho en la reciente Lejos del corazón (Destino). En ella, un joven de veinticinco años, con antecedentes por delitos informáticos, desaparece en la zona del Campo de Gibraltar; poco después, se reclama por él un abultado rescate en efectivo, que los suyos abonan sin rechistar.

LA INCIDENCIA DEL PARO / En la actualidad, la mayoría de la droga que entra en Europa lo hace por España -más de 1.000 toneladas de cocaína en el último informe oficial del año 2016, aventajando a los puertos holandeses que en un tiempo lideraron el negocio-. A eso hay que añadir que la mitad de lo que entra en España lo hace por el sur. Que Cádiz sea la provincia con un mayor índice de paro de España facilita la tarea. «En La Línea o en Barbate -explica Andreu- siempre hubo una economía paralela con el tráfico de tabaco y con el hachís, pero cuando ha adquirido una dimensión peligrosa y preocupante ha sido cuando la gente de la zona se quedó sin empleo y empezó a buscar una solución en los narcos. Además hay una serie de elementos que existían por separado, como el paraíso fiscal de Gibraltar o el foco criminal de la Costa del Sol, que solo se conectan gracias a esas circunstancias».

Olmo, autor de La tragedia del girasol (Suma), fue policía portuario durante años, revisó contenedores donde la droga iba mechada en pollos congelados, pero dejó el oficio para dedicarse de pleno a la escritura. Recuerda cómo hace algunos años, cuando se instaló en Cádiz un centro comercial de El Corte Inglés que en teoría iba a paliar buena parte del paro en la ciudad, muchos jóvenes se acercaron a interesarse, pero ganar 1.000 euros al mes es algo que no les seducía. Recuerda: «Decían: ‘Yo eso lo gano en dos días vigilando las entradas de las lanchas y los helicópteros de la Guardia Civil en las playas, las plazas y los montes de la zona’. No tienen conciencia de estar haciendo algo malo porque sencillamente ofrecen una información a través de una llamada telefónica».

El daño moral que se deriva es enorme y revertirlo, una tarea casi imposible. «Hay demasiados intereses económicos a todos los niveles y muy pocos medios para la Guardia Civil que cada día debe enfrentarse a 700 u 800 contenedores», dice Olmo. «Actuar a fondo supone ponerse a toda una provincia en contra», advierte Andreu.