A dos semanas de la Eurocopa, el festival Rock in Río-Lisboa ha dejado claro, durante su primer fin de semana de conciertos (la muestra proseguirá del jueves al domingo próximos) que, por encima de las buenas palabras y los mensajes solidarios, se impone una gran operación comercial en torno a la cita futbolística y al servico de la voracidad de los patrocinadores.

La segunda jornada de la muestra, con Peter Gabriel, Ben Harper, Gilberto Gil y Jet como estrellas, volvió a saldarse con una tibia respuesta de público --46.300 personas frente a las 100.000 previstas-- y constató que el festival es más una operación promocional, turística y comercial que una cita estrictamente musical. Sólo así se explica que, para deseperación de los asistentes, las pantallas gigantes del escenario principal vomitaran casi una hora de anuncios entre concierto y concierto.

La decepcionante asistencia de público no parece, sin embargo, preocupar a la organización. Esta tiene asegurados 6,4 millones de euros de ingresos de patrocinio más una cantidad no precisada en concepto de derechos televisivos a 30 cadenas internacionales.

Para recuperar los 25 millones de euros invertidos en el festival, entre ellos 13,5 en inversión publicitaria directa, necesitan vender 300.000 entradas, que a 53 euros cada una suponen 5,3 millones. La previsión de 600.000 entradas vendidas ha sido rebajada ya por la organización a 420.000. A día de hoy, sin embargo, las ventas acumuladas no superan los 200.000 tickets.

El Rock in Río lisboeta es una muestra desangelada, fría, poco vibrante. Por no tener, no tiene ni zona de acampada. Pocos jóvenes en Portugal pueden pagar 53 euros por cada uno de los seis días, ni siquiera por uno sólo de ellos, y los extranjeros han brillado por su ausencia. En la ciudad apenas hay carteles indicativos para llegar al recinto y el despliegue de policías se antoja desproporcionado ante la escasa afluencia.

Los lisboetas volvían a sus casas con bolsas llenas de regalos promocionales. Algunos exhibían una pegatinas luminosas kitsch con forma de corazón: color verde, para los emocionalmente disponibles; rojo, para los ocupados. Y otros hasta se atrevieron a pujar por una de las mayores marcianadas del festival: una supuesta guitarra de Paul McCartney firmada por Ronaldo.

MAS NIÑOS QUE ´PIERCINGS´ El poco público, con buen poder adquisitivo y de corte familiar (muchos niños correteando por ahí; mínima presencia de piercings, tintes de pelo y demás aditivos de folclore festivalero), ha vivido la cita más como una feria turística tipo Fitur. Hasta en el chill-out, instalado bajo un pinar, se emitían continuamente anuncios de desodorante.

¿Y la música? Pues no parecía importar a casi nadie. En la segunda jornada, Gilberto Gil bordó un concierto con guiños a Bob Marley ante 15.000 personas, Jet desplegó un rock stoniano que transmitió indiferencia, Ben Harper se coronó como artista festivalero con una actuación sobria y potente frente a 30.000 personas, y Gabriel cerró la velada reuniendo a 50.000 personas, todas las del recinto menos las 500 que brincaban en la carpa electrónica.

Gabriel ofreció un show parecido al que el año pasado diera en Barcelona, con citas a sus clásicos (Red rain, Sledgehammer ) y gags escénicos a bordo de un patinete o en el interior de una esfera transparente. Peor fue, en cambio, lo de Manu Dibango: el cantante camerunés tocó en la carpa de músicas del mundo ante menos de 100 personas. Por otra parte, Foo Fighters y Evanescence afrontaron la misión de atraer a algunos miles de asistentes al escenario.

Los responsables de Rock in Rio-Lisboa esperan poder remontar la situación del próximo fin de semana, en que actuarán, entre otros, Metallica, Britney Spears y Sting.