Probablemente el año que viene se hable bastante del Territorio Lovecraft. Está previsto el estreno en HBO de Lovecraft country, la serie coproducida por J. J. Abrams y Jordan Peele con Misha Green como showrunner que adapta la novela de Matt Ruff que acaba de publicar Destino. Pero este territorio no ha dejado nunca de estar muy transitado. H. P. Lovecraft no solo forjó el concepto del horror cósmico, sino que creó un universo que ha sido aprovechado, como si de un código abierto informático se tratase, por innumerables autores, empezando por sus colaboradores más cercanos. Esta recreación del mundo de Lovecraft continúa viva, y en los últimos meses han llegado a las librerías varios títulos que así lo demuestran. Pero los últimos nietos de Lovecraft le han dado nuevos giros a la obra del escritor nacido en Providence (EEUU).

Hay quien se venga de su repulsivo racismo haciendo protagonistas de sus novelas a personajes negros (el propio Territorio Lovecraft, La balada de Tom el Negro de Victor LaValle y las novelas de Carter y Lovecraft de John L. Howard), quien traslada la más frecuentemente olvidada vertiente alienígena de su mitología al enlazar Providence y la mismísima Área 51 (la lírica Agentes de Dreamland, de Caitlín R. Kiernan) o quien introduce el humor y riza el rizo del gamberrismo lovecraftiano, como en la serie de Charles Stross Los expedientes de la Lavandería, de la que Insólita acaba de publicar la segunda entrega, Jennifer Morgue, una descacharrante mezcla de James Bond y Lovecraft. Sí, con muchos tentáculos, que no falten.

CÓDIGO ABIERTO

Lluís Salvador, el amo del calabozo lovecraftiano en la librería Gigamesh, especialista en literatura fantásticam recuerda que Lovecraft creó «un territorio para que la gente lo adaptase». En los años 70 y 80, el terror lovecraftiano tuvo cultivadores destacados como el británico Ramsey Campbell, de quien Valdemar reeditó recientemente los Nuevos cuentos de los Mitos de Cthulhu. «Y Stephen King en sus inicios escribió dos cuentos puramente lovecraftianos», recuerda.

Pero King crea «un territorio único», apunta Salvador. Con su propio ámbito geográfico, en Maine, y su propio universo mítico (con multiversos con catastróficas incursiones en nuestro mundo real). Si hablamos de neolovecraftianos deberíamos acotar más: no basta con que haya seres aterradores que broten de las profundidades (no estoy de acuerdo con quienes dicen que Stranger Things era tan lovecraftiana», protesta David Roas, estudioso de referencia del mundo del autor norteamericano en España).

Los reformuladores del universo Lovecraft utilizan el pack completo de sus mitos para desarrollarlos en otros sentidos: en esencia, la existencia de monstruosos seres extraterrestres que poblaron la Tierra en tiempos inmemoriales y que aún acechan amenazadores, la posibilidad de que se abran nuevas puertas desde otros mundos o rincones profundos que los traigan de regreso y la sensación de «horror cósmico», la insignificancia del hombre ante amenazas inimaginables. Una sensación («que hay algo fuera de nuestro control que puede traer la destrucción total») que es, explica Roas, una concepción del horror plenamente actual.

SUPREMACISMO

Entre las vueltas de tuerca que dan los nuevos autores aparece el incómodo tema del nefando racismo de aquel paliducho y acomplejado escritor. Si el verdadero territorio de las inquietantes narraciones de terror cósmico de H. P. Lovecraft eran la real Providence y el triángulo formado por las ficticias Arkham, Dunwich y Innsmouth, en la novela de Matt Ruff el terror empieza a desencadenarse en una inquietante Ardham. Hacia allí se encamina, en la primera de sus misiones (la historia fue ideada inicialmente como serie de tele) para enfrentarse a varias logias de supremacistas invocadores de monstruosidades lovecraftianas, una familia negra (Atticus, veterano de la guerra de Corea y fan de la ciencia ficción y su tío George, editor de una guía de viajes seguros para negros en la América de los 50, acompañados, en una especie de pandilla de Scooby-Doo, por su padre Melrose, su madre Hipppolyta, su hermano el dibujante Horace y las hermanas Letitia y Ruby).

«H.P. Lovecraft fue abiertamente un supremacista blanco, por lo que si estás tratando de crear un retrato honesto del personaje, o estás lidiando con su legado, su racismo será parte de eso», nos explica por e-mail Ruff. Y él sí quiso. Hay un pasaje relevante del libro, cuando un personaje (blanco) advierte a otros personajes (negros) sobre ciertos peligros del más allá. Pero ellos se ríen, porque ya saben lo que es vivir en un mundo peligroso. «Esa es la pregunta fundamental que plantea la novela: ¿cuál es la mayor amenaza para la seguridad y la cordura, el fantástico territorio de Lovecraft de la magia y los monstruos o el territorio de Lovecraft mundano del racismo y la supremacía blanca?», responde Ruff.

En La balada de Tom el negro (Runas), el neoyorquino Victor LaValle da un giro al cuento de Lovecraft El horror de Red Hook. El espiritista Robert Suydam y el policía Thomas F. Malone pasan a ser secundarios frente a un músico negro que acaba demostrando que tiene más magia que sus dudosas aptitudes como guitarrista jazz. Una subversión de unos de los relatos más explícitamente racistas del autor. El tema racial aparece también en la serie Carter and Lovecraft, publicada en España por Hidra: está protagonizada por un detective, nieto de Randolph Carter, personaje recurrente de Lovecraft, y la bibliotecaria Emily Lovecraft (aquí el autor se venga a base de bien y convierte a Emily en descendiente negra del xenófobo escritor).

COMEDIA

¿Lovecraft y humor? Sí. Charles Stross ha conseguido un esqueje de comedia en el mundo de un autor tan amargado, antipático, misántropo y dispéptico en su serie de Los Expedientes de la Lavandería. El punto de partida: sí, la magia existe. Pero son las matemáticas; los algoritmos son embrujos; el software es el ritual que puede abrir portales, convocar horrores y hacer estallar monstruos en caso de apocalipsis inminente, y el hardware, el arsenal bondiano que salva una y otra vez al universo. La Lavandería es la rama ocultista de los servicios secretos de Su Majestad y Howard, Bob Howard, un timorato informático convertido en improbable agente. En el último libro publicado en España, Jennifer Morgue, el magnate propietario de una mezcla de Spectra y Microsoft intenta recuperar un artefacto del fondo marino, arriesgándose a irritar mucho a los Profundos (entramos de lleno pues en los mitos de Lovecraft mezclándolos con novela de espías; Stross sostiene, sin inmutarse, que no es tan raro, que el papá de Cthulhu era en el fondo un autor de novelas de detectives).

El de Providence ha tenido también émulos en España. Entre ellos, los dos autores emergentes del panorama local: si Emilio Bueso paseaba los mitos de El Cairo a Barcelona en Extraños eones (Valdemar, 2014), Runas publicará en los próximos días Lago negro de tus ojos, de Guillem López. Con una laguna en Valencia, el Clot, que absorbe víctimas propiciatorias tras un suceso conocido como El Incidente. También hay (aquí el autor entra en terrenos pantanosos) unos asesinatos en una alquería.

CÓMIC

En la pervivencia del interés por Lovecraft juega también un papel, recuerda Salvador, elementos de la «cultura popular» como el juego de rol y sus derivados en tablero, cartas y videojuegos. Y el cómic. La saga de cómics Fanhunter de Cels Piñol (otro nieto con ganas de gamberrear) ha dedicado dos entregas a En las montañas de la locura de Lovecraft. Aunque las dos grandes referencias son los 12 títulos publicados entre el 2015 y 2017 de la serie Providence (Alan Moore y Jacen Burrows) y la serie Locke and Key de Joe Hill (el hijo de King; el círculo se cierra) y Gabriel Rodríguez. Y si HBO apuesta por Territorio Lovecraft, Locke and Key ha sido la elegida por Netflix está previsto que ese mes empiece el rodaje. Quizá la tele tenga más suerte que el cine, cuyas adaptaciones o bien han sido pifias de serie B o se han enfangado, como el proyecto de Guillermo del Toro con En las montañas de la locura.