Ya está, ya es legal. A la par que su impulsor, el ministro Cañete, conoce su próximo destino, Europa --¡les coja confesados!, igual se dedica a trasvasar el Danubio--, los españoles hemos perdido la fecha de caducidad de los yogures. Ahora simplemente marcarán la fecha de consumo preferente y allá cada cual con sus bífidos.

Dos conceptos, caducidad --no apto para consumo-- y consumo preferente --después pierde propiedades, pero no es nocivo-- que esa misma Europa, la que pronto acogerá a Cañete, denunció en un estudio que eran incapaces de diferenciar gran parte de los consumidores. Pregunte a sus mayores...

Los yogures son uno de esos productos que reflejan las contradicciones, paradojas y absurdos de una legislación escrita casi al dictado de los intereses de las multinacionales --o nacionales-- de la alimentación. Recuerden que el yogur pasteurizado sigue siendo yogur legalmente, según el interés de una gran marca; por mucho que con él y leche, no podrán hacer más yogur, como sí pasa con el de verdad, el vivo.

Pues los legisladores, a los que se suma Cañete, son diestros en pervertir el lenguaje de los alimentos. La cerveza sin alcohol puede llevar un poquito, sin pasarse. El aceite de oliva no es, como parece, el zumo de la oliva, sino un producto industrial, de forma que al bueno hay que denominarlo aceite de oliva virgen. El jamón dulce puede llevar, y de hecho lleva, bastante sal en su composición. Los zumos son concentrados más agua. Y aquellos pepinos cultivados que, por mor de la naturaleza, salgan torcidos o feos, no podrán ser comercializados. Por no escribir de los viajes de ida y vuelta que sufren toneladas de alimentos cada día: muchos de los ajos encurtidos que consumen con pasión los japoneses se crían en China, se terminan y embotan en Zaragoza y vuelven al país del Sol naciente.

Lo escrito, que Cañete tampoco caduca.