La periodista Mònica Bernabé, que ha ejercido su actividad en Afganistán durante los últimos años, ha asegurado hoy que no se ha encontrado a ninguna mujer que le haya dicho que el burka fuera un "problema".

Bernabé es coautora junto al fotoperiodista Gervasio Sánchez del libro "Mujeres/Women Afganistán", una obra con casi 200 fotografías en la que se retratan los rostros de aquellas mujeres víctimas de la violencia machista estructural y generalizada en este país centroasiático, más allá del burka, y que ambos presentan hoy en Zaragoza.

La periodista ha explicado que la visión conservadora y machista predominante en Afganistán, sobre todo en las zonas rurales, llega a tal punto que una mujer "difícilmente" puede llegar a alquiler o comprar un apartamento en solitario o, incluso, se ven obligadas a acompañarse de sus hijos pequeños porque tampoco les es permitido viajar solas.

Bernabé dirige la asociación por los Derechos Humanos en Afganistán (Asdha), financiada por el Ayuntamiento de Barcelona.

En esta obra, que incluye 200 fotografías realizadas entre 2009 y 2014, también se puede apreciar que el cambio generacional, en el que los autores confían para que se revierta la situación que vive la mujer en el país, ha propiciado que en ciudades como Kabul aparezcan jóvenes que van a las universidades o desarrollan profesiones a priori masculinas como la de futbolista o boxeadora

Un progreso que se acaba truncando cuando el hombre de turno que esté a su cargo lo decida o cuando su padre le tenga preparado un matrimonio.

Por su parte, Sánchez ha reconocido que la situación ha mejorado tras la caída del anterior régimen integrista a comienzos de la década pasada, pero "partiendo de que los talibanes habían dejado el listón por los suelos".

Ahora, las restricciones que pesaban sobre la población femenina, "en teoría", se han levantado y la Constitución de 2004 establece la igualdad entre hombres y mujeres, ya no tienen vetado el acceso al trabajo o la educación y en 2009 se aprobó una ley que prohíbe la violencia de género.

Pero muchas de estas medidas han quedado en "papel mojado" y, especialmente en las zonas rurales, lo que predomina es la tradición, con matrimonios forzosos, con más de la mitad de las niñas casadas antes de los 16 años y con una corrupción galopante que ampara una impunidad "generalizada", relata el fotoperiodista.

Uno de los rostros retratados en este trabajo es el de Azita Rafaat, exparlamentaria afgana y activista en favor de los derechos de las mujeres.

A pesar de que Afganistán cuenta con un 28% de parlamentarias, cifras en la línea incluso de muchos países occidentales, la situación de aquellas mujeres que ascienden en su carrera profesional no difiere mucho de la del resto: todas dependen de un hombre.

Es el caso de Rafaat, quien se confiesa como una víctima de "abusos físicos" en el ámbito familiar y con una vida que "nada ha cambiado" en este aspecto por mucho que se haya convertido en una figura importante de la política local.

Fue casada a la fuerza con su primo, quien ya tenía una mujer pero que necesitaba un heredero varón, que hasta el momento tampoco le ha dado Azita, pues fruto de este matrimonio han nacido cuatro hijas.

Esto, según relata, en una cultura como la afgana supone "perder la dignidad", si bien resalta que a ella no le importa y que ha intentado convencer a su esposo de que les debían ofrecer la misma vida que si fueran niños.

Hasta tal extremo llega el estigma social de no dar a luz a un varón que incluso se vio obligada a vestir a su hija menor como un hombre, una práctica habitual en el país.

Según la política y activista afgana, las cosas están mejorando y se manifiesta, por ejemplo, en una mayor participación de las mujeres en la política, aunque reconoce la necesidad de poner mayor énfasis en la falta de cumplimiento de las leyes en los pueblos.