La de esta semana ha sido una rentrée literaria de altura. De altura de libro y de autor. Una nueva publicación de Eduardo Mendoza es siempre un acontecimiento. De ahí la expectación que el pasado martes despertó su presentación. Y escuchar al autor de La ciudad de los prodigios siempre es un placer. También verlo, pues el escritor, ya con una edad, no ha perdido ni un ápice de su atractivo, ni intelectual ni físico. Ni su aire de gentleman inglés. Así que ahí estaba ayer Mendoza, en la Biblioteca Joan Maragall de Barcelona, elegante incluso con bambas, dispuesto a responder todo lo que se le preguntara. Y empezó como solo él sabe hacerlo, ironizando: «Ya se sabe lo mucho que me gusta hablar de mis libros y de mí».

Pero lo hizo. El rey recibe (Seix Barral) se lo merece. Es el primer libro desde que ganó el Premio Cervantes y es una suerte de no memorias. ¿Lo son o no los son? Sí y no. Tal cual. «(Rufo Batalla, el protagonista), no es mi álter ego, aunque sí hay puntos de contacto», aseguró el escritor, que sí reconoció «elementos autobiográficos cronológicos e históricos» en el relato. E insistió: «No son unas memorias disfrazadas. Es una novela. Pero sí que es verdad que parte de la misma idea que podrían haber partido unas memorias». ¿Entonces? El caso es que escribirlas le parecía «muy aburrido». Pero había llegado el momento de «cambiar de registro» y de plantearse la posibilidad de hacer algo con sus memorias. La idea de recordar -«triste privilegio de la edad»- era fruto de la necesidad de dejar testimonio: «Los que nos dedicamos a la narración hemos de dejar constancia de lo que hemos vivido, si no lo contamos nosotros, nadie lo contará. Los historiadores explicarán lo que sucedió pero cómo lo vivieron las personas en su momento solo lo pueden contar los testigos presenciales».

Así que optó por un punto intermedio e inventar «un personaje que fuera pasando por los episodios y momentos» que a él le parecen «importantes» de su «historia personal». Y eso es lo que empezó a hacer y lo que está haciendo. Haciendo, en presente, porque El rey recibe es la primera parte de una «trilogía que pueden ser cuatro, como los mosqueteros». No en vano el escritor aseguró: «Hago lo que me da la gana como siempre he hecho».

La serie lleva por nombre Las tres leyes del movimiento, que nada tienen que ver con el Nacional y mucho con el de Isaac Newton. Ya saben, lo de «todo cuerpo permanece en reposo mientras que sobre él no actúe ninguna fuerza que varíe su estado inicial» o «para cada acción hay una reacción de la misma magnitud y de sentido opuesto». Y eso es lo que repasa Mendoza en la novela, el devenir histórico y social de los 60 y 70 en Barcelona y en Nueva York, también en los países del Este. Tres lugares en los que vivió, o visitó, durante su juventud.

MARX Y FREUD / Para escribirlo no ha partido de un diario, sino que ha utilizado su memoria. ¿Permite eso decir que las reflexiones que aparecen en el libro son suyas? Rulfo Batalla está prendado del marxismo y Mendoza en aquel entonces creía que «Marx y Freud tenían la solución intelectual a todos los problemas». Pero el escritor también tenía sus dudas al respecto, así que igual que Mendoza se fue a Praga, en la novela manda a Rufo Batalla a la capital checa. «Le pasa lo mismo que me pasó a mí, que no es lo que se imaginaba». Experiencias similares tienen autor y personaje con Richard Nixon y el Watergate, para Rufo Batalla lo que ocurre es exagerado: «Y eso es lo que me parecía a mí en ese momento», el momento en que un joven Mendoza vivió en Nueva York, igual que hace el protagonista.

Los episodios históricos que abarca este primer volumen van de las revoluciones del 68 al asesinato de Carrero Blanco, con paradas en los movimientos que entonces empezaron a aflorar y que definen la contemporaneidad: el feminismo, el despertar gay, la iconoclastia del arte... De la Primavera de Praga al turismo de masas. Todo cabe en El rey recibe. Una selección temporal e histórica que Mendoza tachó ayer de «absurda», pero el libro avanza por donde avanza y, pese a que la idea era llegar a la muerte de Franco, se cansó «antes».

La continuación puede ser, o no, lineal, «ya se verá». Y el marco temporal de la trilogía (o tetralogía) también lo decidirá el tiempo, aunque la idea es plantarse en el 2000. ¿Por qué? No lo sabe. «Pero es un número redondo». Lo que no contempla Mendoza es llegar a la actualidad: «Han de pasar 25 años para que la historia reciente se pueda convertir en novela». Pero no todo es tan serio. Como en toda novela del escritor, está su voz inconfundible y un contrapunto muy mendoziano, o lo que es lo mismo, humorístico e irónico. En este caso, lo da tanto el protagonista, propenso a sumergirse en tramas inverosímiles, como uno de los personajes: un excéntrico príncipe en el exilio con intención de recuperar el trono de Livonia: el príncipe Tadeusz Maria Clementij Tukuulo, Bobby para los amigos. Y el gato Fritz. Sí, «un icono contracultural de la época». Ocupa la cubierta en una actitud que uno no sabe «si es un intelectual que se hace el chulo o un chulo que se hace el intelectual».