Isabel Coixet (Barcelona, 1960) abrió ayer la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci) con The bookshop (La librería), una película sobre la perseverancia y el coraje de una mujer que regenta una librería. Aunque «no todas las mujeres son genios, sí que tenemos derecho a ser mediocres», reconoce la directora catalana, quien asegura que no sabe si un mundo más igualitario sería «mejor o peor», pero «sí sería más justo». Y esta máxima es la que lleva a la pantalla Emily Mortimer, que encarna a una mujer, Florence Green, que en el ecuador de su vida que decide tomar las riendas de su futuro y se aventura a regentar una librería en un pequeño pueblo inglé, sueño que compartía con su difunto marido. Pero Coixet sabe que, aunque sea un festival de cine, toca hablar de política. De Cataluña. De un debate soberanista que le preocupa, le cansa y le exaspera. Hace unos días, mientras paseaba a su perro por la calle, dos «individuos» con esteladas al cuello la llamaron fascista. Coixet -que se siente «catalana, española y europea»- está tocada. Y no lo esconde. Es hora, opina, de que el Palacio de la Generalitat y el de la Moncloa tengan otros inquilinos.

-‘La librería’ es la historia de una persona [Emily Mortimer] que lucha por lograr un sueño: montar una librería en su pueblo. Una mujer sola frente al mundo.

-De todas mis películas, es el personaje con el que más me he identificado. La entiendo muy bien. Si yo hubiera tenido ese sueño -y que conste que siempre he querido montar una librería- me habría pasado lo mismo que a ella. Habría ignorado las señales de alarma.

-La inquina que le tienen algunos de los vecinos... ¿Por qué es? ¿Por ser mujer y estar sola?

-Es más banal. La banalidad del mal, como decía Hannah Arendt. Es por capricho. Porque no les gusta.

-Qué ridículo, ¿no?

-Claro. La mayoría de cosas en la vida y en la historia son ridículas. La ricachona del pueblo la mira y piensa: «No me gustas, te voy a fastidiar».

-Vivimos tiempos convulsos, ¿en qué libro se está refugiando?

-Hay uno que procuro evitar, pero que me llama: Las memorias de Stefan Zweig (1881-1942). Lo releo de vez en cuando, pero hacerlo ahora es especialmente escalofriante. También estoy con la obra de un historiador y sociólogo francés sobre un caso que conmovió a Francia hace 10 años, el asesinato de una joven. Ahora que estamos hablando de acosos, para mí es un libro estupendo que respeta a las víctimas y que pone todos estos abusos en un contexto político mucho más amplio. No sé si me refugio en él, pero me fascina.

-Son días muy complicados. ¿Y si nos metemos en un cine?

-Estoy viendo muchas películas últimamente. En uno de los días peores de toda esta historia fui a ver a una amiga que, como yo, está teniendo muchos problemas por decir lo que piensa. Le dije que si nos íbamos a tomar un café íbamos a retroalimentar la angustia. Así que nos metimos a ver una peli chilena de la que no teníamos ni idea: Rara, la historia de una niña cuyos padres se separan. Es maravillosa. Salimos del cine respirando, como si nos hubiéramos quitado un peso de encima de repente. Ver el mundo, ver otras realidades, te hace ponerte en tu lugar y pensar que ha habido un atentado en Somalia, que han muerto cien personas en Portugal y que Galicia ha ardido. La vampirización de lo que ocurre aquí hace que te olvides de dónde estás y de que están pasando cosas realmente horribles. Y hay que hacer ese ejercicio para sobrevivir porque si no es irrespirable.

-¿No se puede respirar en Cataluña? ¿Le dan ganas de marcharse?

-[Largo silencio] Es que cuando no respiras no puedes ni pensar. He nacido en Barcelona. Mi padre nació en Barcelona.

-Su madre vive en Barcelona.

-No nació aquí, pero es más catalana que cualquier catalán. Se siente catalana. Me he ido muchas veces fuera de Cataluña por trabajo o placer. No lo sé. Ahora que hablaba usted de refugios, el mío es hablar de La librería. También trabajo en un documental para el Museo del Prado. Procuro centrarme en eso porque si no me meto en la cama y no salgo.

-Usted es una de las cineastas española más internacional. No se puede venir abajo porque cuatro personas la hayan insultado.

-No pienso venirme abajo. Yo tengo una brújula moral que me marca lo que debo hacer salga el sol por donde salga. Ni me van a achantar ni voy a dejar de decir lo que pienso. Ahora bien, cuando lees bulos… ¿A quién le interesa que aparezca mi nombre en actos a los que yo no he dicho que vaya a ir? ¿A quién le interesa hackear mensajes que no he escrito? Vivimos un momento de paranoia general. Sale Vladímir Putin y dice lo que dice. ¿Perdón? ¿Por qué no se preocupa de Chechenia? Sale Julian Assange, Yoko Ono… Lo más divertido que he leído es un tuit que decía: «Ha sido desenterrar a Dalí y todo se ha vuelto surrealista». Vivimos tiempos muy difíciles. Los psiquiatras se van a forrar los próximos años en este país.

-¿Terminará habiendo un referéndum legal y pactado?

-No tengo ni idea. En política nadie sabe nada. Se podían ir todos a sus casas y que vinieran otros. Toca renovarlo todo, pero renovarlo para bien.