Poco después de la llegada de Donald Trump al poder, Antonio Muñoz Molina cerró su casa frente al Riverside Park en Nueva York para trasladarse a Lisboa, la ciudad que le ha perseguido a través de los sueños, los años y algunos de sus libros. Ese hecho está en el inicio de su nueva y adictiva novela, Tus pasos en la escalera (Seix Barral), tocada por la paciencia ante la espera de Samuel Beckett, en la que un hombre con algunas de las señas de identidad del escritor prepara el nuevo domicilio en la ciudad blanca ante la llegada inminente de su esposa. Pero pronto el lector empezará a darse cuenta de que las cosas tal como se están explicando no acaban de encajar.

-En las primeras páginas da la falsa sensación de que nos enfrentamos a una obra de autoficción.

-Eso de la autoficción siempre me ha parecido una pamplina. O haces ficción o haces no ficción.

-Pero en su novela Como la sombra que se va se utilizaba a sí mismo como personaje.

-Aquello era una crónica en la que aparecía yo, sencillamente. En mis últimos libros, los elementos de ficción, efectivamente, eran nulos. Lo que he hecho ahora es buscar algo distinto utilizando materiales propios para crear una obra totalmente de ficción.

-¿En qué medida han sido importantes para usted Nueva York y Lisboa?

-Nueva York me dio una educación y me sirvió para quitarme de en medio de una cierta presencia institucional. Cuando llegué allí sentí que no era nadie. Así que tuve que aprender muchas cosas, sumergirme en un nuevo idioma, en una nueva manera de ver la vida y la literatura, una nueva visión estética y musical. Lisboa provoca ahora en mí otro proceso educativo porque estoy estudiando portugués.

-Empezar una nueva vida a los 63 años no es nada usual.

-Claro, yo me siento como un aprendiz. Y no es solo el idioma, tengo que aprender a hacer la compra allí. Asomarme al interior de una nueva forma de vida. Eso es algo que te refresca la mente.

-¿Y por qué eligió Lisboa para esperar el fin del mundo?

-Eso debería preguntárselo a mi protagonista. Alguien que ha tenido una vida muy agitada y se siente ahí muy bien rodeado de buenos libros.

-¿Esa es una sensación que comparte?

-La angustia que siente mi protagonista en Nueva York es la que sentí yo cuando llegué a Nueva York a trabajar en el Instituto Cervantes. Mi sensación es que aquello me robaba la vida. Y también, claro está, el haber vivido allí el 11-S.

-Ese es un buen disparadero para el fin del mundo, o más llanamente de un fin de época.

-Trasladé al libro el sentimiento de derrumbe que podía tener una personasi estaba allí en aquel momento. Pero también el hecho objetivo de que el mundo que conocíamos no volverá a ser igual y que se confirmó con la caída de Lehman Brothers en el año 2008. Eso nos alertó de que este mundo es muy complejo y a la vez muy frágil. Pero, en fin, una novela además de todas esas sensaciones generales siempre nace de una parte muy íntima de ti mismo.

-Y en esa zona, la soledad parece un elemento primordial, que le ha acompañado en buena parte de sus historias.

-Me gusta la idea del retiro de Montaigne, a quien lee mucho mi personaje. Es un modelo para mucha gente solitaria y tranquila como yo. Lo de apartarse del mundanal ruido es contemplado con desconfianza en la sociedad: se nos llama escapistas. Pero yo lo único que persigo es una vida decente sin hacer daño y sin gastar demasiados recursos.

-Eso parece el reverso de esta vida supertecnológica en la que vivimos, en la que la lectura no parece tener un lugar porque va asociada a estar solo con uno mismo.

-Pues habrá que encontrarlo. Estoy convencido de que estamos viviendo el principio de una gran rebelión que es al mismo tiempo espiritual y política. Yo ya no quiero que me invadan más, no quiero regalar mi intimidad a los ricos del mundo para que comercien con ella. Sencillamente, quiero vivir mi propia vida junto a las personas que quiero. Y no pido más.