Para muchos lectores, Lázaro Carreter es el autor de un best seller irónico y regañón sobre el mal uso del castellano, El dardo en la palabra (1997). Otros tal vez lo recordarán como director de la RAE en una etapa crucial en la modernización de la Academia, durante la que los archivos de 100 millones de fichas manuales fueron transferidos a soporte electrónico.

A la mayoría, le sonará como el autor de los libros de texto de lengua y literatura del bachillerato, ejemplares por la atinadísima selección de textos, por la diáfana y elegante explicación, manuales que rebasaron la función propedéutica para convertirse en cabales monografías de historia literaria con audaces propuestas, como la que supuso introducir el estudio de La verdad sobre el caso Savolta en el manual de COU a finales de los años 70.

No fueron esas las únicas herramientas que Lázaro proporcionó a los profesionales de la enseñanza. En 1953 publicó el espléndido Diccionario de términos filológicos , y a mediados de los 60, preocupado por la excesivo peso de la memoria en la enseñanza de las letras, elaboró con Evaristo Correa Calderón el celebérrimo vademécum Cómo se comenta un texto literario .

Pero si la tarea divulgadora de Lázaro ha sido extraordinaria, más excelente ha resultado su aportación científica, diversificada por lo menos en cuatro ámbitos: la teoría del lenguaje literario, los estudios lingüísticos, la historia y crítica literarias y la edición de textos clásicos. En el primero, puede decirse que introdujo en la Universidad española la teoría de la literatura, de la que fue pionero con trabajos de un rigor implacable reunidos en Estudios de poética (1976) y De poética y poéticas (1990).

En el segundo campo sobresalen Las ideas lingüísticas en España durante el siglo XVIII (1949) y los artículos recopilados en Estudios de lingüística (1980). Como intérprete de nuestra historia literaria modificó la lectura del Lazarillo de Tormes y ofreció iluminadores análisis de la estética barroca, pero no hubo tramo ni rincón que escapara a su atenta mirada, desde el teatro medieval hasta Jorge Guillén.

En su último libro, Clásicos españoles (2002), regresaba a los Siglos de Oro en enésima visita a aquellos textos de insondable riqueza que "permiten sentir con ellos una suerte de inmortalidad, siquiera sea ilusoria". Lázaro Carreter se consagró a educar en esa forma de feliz, ilusoria inmortalidad a la que muchos aún nos aferramos.