Truman Capote incluyó en Los perros ladran (Anagrama) una singular autoentrevista en la que reconocía que Marlon Brando como actor tenía un talento natural inigualable. "Pero tampoco ha tenido contrincante a la hora de elevar la falsedad intelectual a un nivel de presuntuosidad rayano en ridículo. Bueno, sí, ha tenido un rival: Bob Dylan, un músico (?)".

Sarcasmo en estado puro. La bofetada después del halago. Así fue la relación entre el autor y el venerado actor, que tanto se enojó cuando salió publicado El duque y sus dominios . En ese relato, el novelista desvela las confesiones que Brando le hizo durante una cena con sake en su suite del Hotel Miyako de Kioto, donde se alojaba cuando rodaba Sayonara , con Joshua Logan.

Con su sagaz y provocador sentido de la oportunidad, Truman Capote le sedujo con cantos de sirena. Se ganó su confianza contándole penas. La palabra secreto desapareció esa noche del diccionario de Brando. "Mi madre lo era todo para mí. Solía llegar a casa del colegio. No había nadie. Nada en la nevera. Entonces sonaba el teléfono. Alguien que llamaba de algún bar. Y decía: ´Tenemos una señora aquí. Mejor que vengan a buscarla".

Narrado con su propia voz, el protagonista de Un tranvía llamado deseo leyó, lleno de ira, el drama vivido con el alcoholismo de su madre. El actor se sintió impotente, atrapado y herido en una trampa sin salida. "Brando no sabía que iba a escribir toda una obra sobre él --dijo Truman tiempo después--. ¿Cómo iba a saberlo? Tampoco yo lo sabía".

Lo cierto es que el novelista acudió a una cena invitado por todo un divo que quería ser amable tras denegarle su petición de concederle una entrevista. Jamás le gustaron. Según cuenta Gerald Clarke, el biógrafo de Capote, Joshua Logan se lo advirtió: "No permitas que te dejen a solas con él. Va a por ti".

Y fue a por él. Le escuchó atentamente que le contara que, con 18 años, esperaba que ella dejara a su padre, que se fuera a vivir a su apartamento de Nueva York. "Lo intenté todo. Pero mi amor no era suficiente. Y un día ya no me importaba. Ella estaba frente a mí en un cuarto. Trataba de aferrarse a mí. Y la dejé caer". Brando le decía que no podía soportarlo más: "Ya no podía ver cómo se iba haciendo añicos, frente a mí, como si hubiera sido de porcelana. Pasé por encima de ella. Y me fui. Me era indiferente. Desde entonces todo me ha sido indiferente".

Capote escribe que una de las escenas más memorables en que ha actuado Brando ocurre en La ley del silencio , de Elia Kazan. "Es cuando Rod Steiger, su hermano miembro del hampa, lleva a Brando en coche y le confiesa que en realidad le está conduciendo a una trampa mortal". El autor de A sangre fría se identificaba con esa situación límite. Brando hablaba sin saber que sus palabras tenían altavoz.

También sus gestos. Y su pasado. Con datos precisos, como que de niño le llamaban Bud, que su padre era viajante, que era el tercer hijo y el único varón.

"Bud había heredado las inclinaciones teatrales de la madre, pero a los 17 años anunció que quería ser sacerdote. (Entonces, como ahora, Brando buscaba algo en que creer)". Le convencieron y se volcó en lo de ser actor.