ARTISTAS Esperanza Fernández y Buika

FESTIVAL Pirineos Sur

LUGAR Auditorio Natural de Lanuza

FECHA viernes, 18 de julio

ASISTENCIA alrededor de 800 espectadores

Salió al escenario Esperanza Fernández, cantaora, para meter los textos de Saramago en cintura flamenca (justo lo que ha hecho en su disco Mi voz en tu palabra), en una de esas noches que nunca faltan en Pirineos Sur en las que el cielo amenaza con descargar más agua de la que contiene el mismísimo embalse de Lanuza. Arrancó entre gotas de lluvia y ráfagas de viento, cantó sin terminar de cogerle el tranquillo a su arte, dejó que los guitarristas Miguel Ángel Cortés demostraran su dominio del instrumento, volvió a escena tras un cambio de atuendo, se enzarzó en Dijeron que había sol, toda una ironía en tiempo de soleá, y entonces la tormenta descargó toda su furia. Esperanza y todos sus músicos tuvieron que abandonar el escenario. En camerinos, la cantaora lloro de rabia (o de pena, quién sabe), pues el festival y ella se debían esa noche (hace años no pudo venir porque estaba embarazada). Pero el dios de la lluvia fue generoso y llevó sus nubes, que no sus naves, hacia Francia. Volvió la calma y con ella Esperanza Fernández. A escena, claro. Briosa y subida de ánimo.

No recuperó la soleá interrumpida por si las moscas; como contrapartida se marcó unos tangos antológicos que dedicó a La Niña de los Peines, pionera y maestra de cantaoras. Luego retomó a Saramago con Balada, por malagueñas y abandolaos, que nos dejó clavaos y bien clavaos en los duros asientos, y A ti regreso mar, y garrotín de rompe y rasga, con especiados aromas de ida y vuelta. Y remató por bulerías una noche revuelta que comenzó fría y terminó cálida y hermosa.

Luego, con cielo exuberantemente estrellado, salió Buika, princesa del nuevo filin', acompañada por el pianista cubano Iván Melón Lewis y el percusionista Ramón Porrina, de ilustre apellido flamenco. Percusión marcada principalmente por el cajón, ese instrumento peruano que Rubem Dantas introdujo en el flamenco a través del grupo de Paco de Lucía hace ya la intemerata, y cuyo uso y abuso empieza a ser ya algo cargante, pues unifica tanto las propuestas que finalmente termina siendo un sonsonete evitable. Pero en fin-

Buika tiene en escena la fiereza salvaje de La Lupe, el histrionismo de Lola Flores y la rotundidad penetrante de Fredesvinda García Herrera, más conocida como Freddy, mulata que nació en los años 30 e inmortalizó Cabrera Infante en Tres tristes tigres y Ella cantaba Boleros.

La mallorquina pone cuero y alma en cada canción, desestructurando estilos, abriendo nuevas vías de expresión y dejándose la piel en cada nota. En su marmita de hechicera de lo popular cuecen a fuego fuerte la copla y el bolero, el son y el jazz, la chanson y el blues. El brebaje resultante, alucinógeno, es al mismo tiempo hiriente y balsámico, dulce como raspadura y caliente como el ron.

Empezó repertorio con Sueño con ella y siguió con Santa Lucía, la composición de Roque Narvaja que popularizó Miguel Ríos, a la que dio la vuelta; Oro santo; una brutal versión de Siboney, de Ernesto Lecuona; Volverás; Amor de mis amores; una recreación algo floja de El último trago, en homenaje a Chavela Vargas; una vigorosa Jodida pero contenta; La Nave del Olvido, y una arrebatadora recreación del bolero Nostalgia, algunas de ellas registradas en su disco La noche más larga.

Así las gasta Concha Buika en escena, encendiendo todos los tonos de la pasión. Lástima de su incontinencia verbal y de ese evitable empeño en hacernos partícipes de una suerte de autopsicoanálisis. Sobra tanta palabrería cuando se canta como ella canta canciones tan elocuentes.

Todo eso ocurrió por la noche en el Auditorio Natural de Lanuza. Por la tarde, en la programación Días de Sur, en Sallent de Gállego, asistimos al singular concierto de una artista no menos peculiar: la argentina Sofía Viola, especie de versión femenina de Kevin Johansen, pero más punkie, deslenguada y provocadora. ¡Tremenda!