Desde que anunció que no venía, estaba cantado: el protagonista de la gala de los premios Goya del 2014 iba a ser el ministro de Educación y Cultura. La porra no falló. Nunca una ausencia tuvo tanta presencia. En un año de nominaciones repartidas y sin claros favoritos al trono, el plantón de José Ignacio Wert dio argumento a la velada desde que el primer invitado puso su pie sobre la alfombra de la entrada. De la ironía al corte de mangas, nadie se privó de agradecerle al ministro el detalle de preferir desayunar con un viceministro británico a trasnochar con ellos.

Como quien suscribe que el mejor desprecio es la ignorancia, el presidente de la Academia, Enrique González Macho, había anunciado desde el día anterior que no nombraría al gran ausente en su discurso. Ya se encargó el gremio entero de invocarlo a la llegada. "Me parece impresentable, estar aquí y aguantar el chaparrón le va en el cargo", opinaba Eduardo Noriega. "Ha despreciado a la industria a la que se supone que debe defender. Lo de sus problemas de agenda suena a tomadura de pelo", apuntaba Juan Diego Botto. "Es un chulo", definía cortante Javier Bardem sujetando el brazo de su madre, Pilar Bardem.

Manel Fuentes, presentador de la gala, tiraba de ironía para escabullirse del cuchicheo más morboso que sobrevolaba la ceremonia: ¿enfocarán a un sillón vacío cada vez que nombren al ministro? "Ah, ¿pero es que no viene? Primera noticia, me acabo de enterar", respondía el locutor. Menos espíritu diplomático trajo Fernando Trueba, que se despachó a gusto con Wert: "Que venga o no venga me la suda, lo que me preocupa es que no defienda el cine español, que es para lo que está. Nos dirige una banda de contables. Por mí, que se metan la contabilidad por el culo", soltó el director.

Oliéndose estas muestras de afecto, el secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, representante del Gobierno en ausencia del ministro, pasó por la alfombra como una bala, con la cabeza agachada y las manos agarradas a la espalda. Parecía Groucho Marx a cámara rápida en una película muda.

Con o sin ministros, la ceremonia de los Goya sigue siendo un escaparate que ríete tú del de Tiffany's. Un tirón mediático que aprovechan tanto los diseñadores españoles, que nuevamente llenaron de escotes imposibles la velada, como las protestas populares. Hasta tres se contaron anoche a la entrada del auditorio Príncipe Felipe de Madrid. Los trabajadores de Coca-Cola amenazados por el despido, los figurantes pendientes de convenio y los afectados por la hipoteca no subieron al escenario, pero sus gritos y octavillas también formaron parte de la gala de este año. Los Goya siguen siendo un termómetro del estado de ánimo del país con tendencia a la combustión.