Para el escritor y matemático argentino Guillermo Martínez (Bahía Blanca, 1962) el mundo de Alicia en el País de las Maravillas tiene elementos siniestros. Quizá también la vida de su autor, Lewis Carroll, alrededor de quien gira la novela ganadora del Premio Nadal, Los crímenes de Alicia, que repite personajes -el profesor Arthur Seldom y su joven discípulo, entre otros- de su superventas Los crímenes de Oxford (100.000 ejemplares vendidos en España, traducido a 40 lenguas y película de Álex de la Iglesia con Elijah Wood y John Hurt). Se publicará el 5 de febrero en Destino.

-La simbología de Alicia desencadena unos crímenes. ¿Qué símbolos son tan poderosos?

-Si los avanzara desvelaría la trama. La novela ironiza y muestra hasta qué punto hay algo absurdo en el sobreestudio del libro. Hay personas que dedican su vida a desmenuzar los símbolos de Alicia. Hay un artículo académico sobre el único animal que no habla... una anciana inglesa cree distinguir si sirven primero el café o la leche y se arma un experimento estadístico sobre ello...

-El origen de la novela está en los diarios reales de Carroll que publicó la hermandad del autor en Oxford y en la que hay páginas arrancadas. ¿Ahí surge el misterio?

-Los hallé cuando escribía un prólogo sobre Carroll para Lógica sin pena. En los diarios faltaba sobre todo una página sobre un momento crucial de su vida que había dado pie a muchas conjeturas, interpretaciones y polémicas que aparecen en sus biografías. Yo sigo esa línea de que ‘no hay fuente más rumorosa que la palabra no dicha, ni libro más largo que el que perdió una página’. El dato desconocido se valora más que lo conocido. Es la teoría del tesoro oculto de Pablo de Santis: si hay algo escondido debe ser un tesoro. Y el rumor se propaga más cuando es inverosímil. Nos fascina lo oculto y la posibilidad de que algo sea peor de lo imaginado. Por eso la gente prefiere la astrología a la astronomía, la homeopatía a la medicina, los cuentos de fantasmas a la realidad prosaica, los políticos que hacen promesas mágicas a los que dicen las cosas como son... Eso se discute en la novela.

-Se refiere a la polémica relación de Carroll con niñas y las sospechas de pedofilia.

-Eso no puedes mirarlo de la misma forma hoy que entonces. En la época de Carroll las niñas se casaban a los 12 años y se podían comprometer a los 10. El propio Carroll le escribe una carta a un primo para decirle que espere al matrimonio y que deje de ver a una niña de 11 años de la que estaba enamorado. Cito a un autor inglés que decía que el pasado es un país extranjero también en las costumbres. Las costumbres de otras épocas parecen extrañas si se miran desde el presente. Hasta 1950 nadie se percató de que pudiera haber algo indebido en la forma en que él trataba con las niñas.

-¿Qué le fascina de Carroll?

-Una parte de él quedó oscurecida por la atención contemporánea sobre lo de las niñas. Pero era una persona tremendamente inventiva e investigó en matemáticas. Tuvo otra época en que empezó a creer en ocultismo y creyó que podía fotografiar fantasmas.

-¿Qué motiva a sus asesinos?

Tienen una razón de peso. No me gustan las novelas policiales donde se mata por matar. Los asesinos de Patricia Highsmith, que me gusta mucho, son personas civilizadas, educadas, razonables..., que con las circunstancias adecuadas pueden llegar a matar. Algo hay de eso aquí.

-Habla de la influencia de Umberto Eco con El nombre de la rosa y de Borges.

Intento recrear con la obra de Carroll lo que Borges hizo con el cuento Pierre Menard, autor del Quijote, donde imagina que es un escritor contemporáneo que reescribe El Quijote. El texto es idéntico pero el paso del tiempo hace que se lea con otros significados. Hoy la obra de Carroll se ve con unas aristas que pasaban inadvertidas o eran normales en su época.

-Eran cuatro hermanos y su padre les proponía concursos literarios en casa. ¿Le debe su vocación literaria?

-Corregía nuestros cuentos basándose en cinco ítems: originalidad, composición, redacción, prolijidad y ortografía. Los tres primeros son los tres atributos de toda creación literaria. Son indispensables. Son mi guía. Mi padre también era amante del cine y en Los crímenes de Oxford hay influencias de El hombre que sabía demasiado, de Hitchcock, y, en Los crímenes de Alicia, de Frankenheimer y su Seconds, por la posibilidad de recrearte en otro cuerpo y tener otra vida.

-¿Veremos Los crímenes de Alicia en el cine?

-Yo escribo en primera persona y es difícil traducir al cine las reflexiones y pensamientos del protagonista, pero sí hay escenas visuales intensas y dramáticas y la belleza de Oxford que podrían llevarse al cine. De la Iglesia hizo lo que se espera de una adaptación, que dé una lectura diferente sin traicionar la novela. El resultado fue interesante.