Es sabido que el colombiano Juan Gabriel Vásquez es uno de los más sólidos escritores latinoamericanos, pero sus tratos con la ficción (o quizá por ello mismo) no le impiden ser un atinado y ameno crítico literario. Hace casi 10 años que recogió sus reflexiones al respecto en El arte de la distorsión y ahora reincide con Viajes con un mapa en blanco (Alfaguara), que reúne las clases que dio el año pasado en la Universidad de Berna (Suiza) y que han acabado cristalizando en una serie de ensayos sobre la pervivencia (o no) de la novela en estos tiempos acelerados. Pero aunque la estructura del libro pueda parezca errática, como lo parecen las bolas de billar cuando chocan unas con otras, su trayectoria parabólica está perfectamente calculada. De ahí que, partiendo de El Quijote, prosiga con la tradición latinoamericana y haga carambola en Joseph Conrad, Marcel Proust y Franz Kafka.

Vásquez empieza la charla expresando un temor. Que la novela sea cosa del pasado al defender valores que tal vez no se ajustan a los de nuestro tiempo: «La novela es un ejercicio de curiosidad por el otro, mientras que las redes sociales lo son de la dispersión, cuando no de la confusión. Y eso me lleva a preguntarme si debemos preocuparnos por el hecho de que el mundo parezca hostil a lo que la novela ofrece. Tal vez tengamos que aceptar que esto es así y seguir adelante». Así el futuro podría parecer un agujero negro. «Nace como comedia con Cervantes. Luego, en el siglo XIX, descubre que puede incorporar una visión trágica de la vida y ahí está Madame Bovary por ejemplo. A principios del XX descubre que le hace falta pensar y entonces el ensayo se incorpora a la Recherche de Proust. Ahora, en este cambio de siglo, ha descubierto que necesita jugar con los mecanismos de la no ficción, que necesita fingirse documento, y de ahí, la autoficción».

Una de las principales razones para la esperanza es el convencimiento de que las novelas nacen por pura necesidad humana como un intento de descubrir quienes somos. De ahí que convenga que el hombre es el mejor invento de la novela y no al revés. ¿Suena exagerado? Por supuesto, pero funciona. «La novela nació en un plazo de 50 años, los que van de la aparición de Lazarillo a la publicación de Don Quijote, en ese momento tiene lugar una transformación muy profunda de nuestra conciencia. La novela por primera vez nos pide pensar el mundo no desde el punto de vista de un rey, un héroe, o una criatura de fantasía sino de alguien real que sufre y tiene hambre. Esto es muy revolucionario y transforma al ser humano porque le abre la puerta a las conquistas sociales o a la idea de la tolerancia. Y de ahí, derecho, se va a la democracia».

El experimento

Entre las numerosas historias del libro destaca el curioso experimento al que se prestó como cobaya y que está relacionado con Conrad. En el marco de la celebración de los actos culturales del Jubileo de la reina de Inglaterra, el pasado año, arquitectos y artistas británicos construyeron una réplica del barco en el que el autor de El corazón de las tinieblas exploró el río Congo. Lo colocaron en el techo de un centro cultural con vistas al Támesis, e invitaron a vivir en el barco durante unos días a diversos escritores para que en soledad escribieran un artículo sobre aquel asunto. Vásquez inauguró el experimento: «Fue un ejercicio fascinante».