Hay un deje de desencantada nonchalance en el tono de este hombre que fue, con poco más de 20 años, una luminaria de las nuevas voces de los años 90, muchos de ellos sumidos en el olvido. Pero no él. Entonces una fotografía de Ray Loriga lo mostraba en la portada de Héroes como si el libro se tratase de un disco y ahora superados los 50 mantiene algo de esa figura: tatuajes, pose rebelde de chico malo y un cierto tono desencantado. Pero eso es tan solo el chasis. El motor anuncia que ha pasado por muchas, y que ahí sigue, con Premio Alfaguara 2017 incluido y una nueva novela, Sábado, domingo (Alfaguara), que lo revalida una vez más.

-Si hay algo que hay que reconocerle a Ray Loriga es la resistencia. Muchos de sus compañeros de generación se quedaron en la cuneta…

-Llevo casi 30 años publicando y eso debe querer decir algo. Mucha gente que se asomó a la escritura conmigo sigue ahí, como Belén Gopegui y Marcos Giralt Torrente, que empezó a publicar más tarde. Lo que ocurre es que por tema no se los asocia conmigo.

-Irrumpió con mucha fuerza. ¿Eso a la larga es bueno o es malo?

-A mí me vino bien. Luego lo único que tienes que hacer es saber domar ese impulso inicial hacia una carrera larga.

-Sí, pero un éxito mediático hace que los agoreros se froten las manos.

-Claro. Decían que lo mío era el one hit wonder. Un éxito musical y se acabó. Pero mi idea era dedicarme a esto toda la vida. Y aquí sigo.

-El Premio Alfaguara con Rendición lo devolvió a la primera línea de la actualidad. ¿Creía tener entonces un libro potente?

-Quizá sí por la idea y la construcción, pero cuando estás dentro de un libro tan metido en el detalle, puliendo cada frase, eso no te permite pensar en grandes proyecciones. Una vez lo entregas, que pase lo que pase. Al final, las trayectorias hay que mirarlas como los gráficos de macroeconomía: los picos están bien, pero lo que cuenta es una constante ascendente.

-Tras ese éxito, publica ahora Sábado, domingo.

-Escribí buena parte de esta novela en los viajes agotadores que tuve que hacer con la promoción de Rendición. Llevé el ordenador para no volverme loco porque uno solo se siente escritor mientras escribe y, si no lo haces, como asegura Enrique Vila-Matas, te sientes un farsante. Como si fueras un bailarín pero no pudieras bailar porque tienes que contarles a los periodistas cómo lo haces.

-En cierta manera, Sábado, domingo es una especie de resumen de su trayectoria como autor. Del Ray Loriga que fue al que ha acabado siendo.

-Utilizando a un personaje absolutamente ajeno a mí, esta novela habla de esa evolución. De cómo piensas que vas a madurar de una forma y de cómo te das cuenta de que la suma no es exactamente cómo la habías calculado. Y a veces ni siquiera es una suma, es más bien una resta.

-El título parece aludir a un fin de semana, pero en realidad la narración trascurre entre un sábado y un domingo, separados por décadas.

-Sí, el suceso escabroso del sábado está narrado por el chico desde el presente de ese día. Y luego ese chico transformado en hombre, que casi nos parece una persona distinta, intenta recapacitar desde la actualidad sobre los hechos del pasado.

-Con la voz juvenil ha recuperado la voz de sus primeras novelas.

-Sencillamente la busqué en mi caja de herramientas. Al principio me daba cierto vértigo pensar si esa voz me iba a salir natural, porque yo ya no soy ese. Es como cuando intentas ponerte la ropa que utilizabas de joven y ya no te entra. Pero para mi sorpresa, me salió naturalmente y me gustó recuperar ese tono.

-Cuando irrumpió en la literatura, The New York Times

-Bueno, dijo que era una estrella del rock. Lo cual siempre es emocionante para un escritor de pueblo como yo. Porque Madrid es un pueblo comparado con Nueva York. Y aunque la crítica decía otras cosas bonitas, lo que ha quedado es esa frase. Venía a cuento porque mis libros se tradujeron rápidamente en Europa y conectaron con una determinada efervescencia. Me vi formando parte de giras, no solo literarias sino también de spoken word, con poesía y bandas de rock.

-Suena excitante.

-Lo era. Podías coincidir con Robert Crumb, Henry Rollins, Tama Janowitz, Bret Easton Ellis, Junot Díaz, Kathy Acker, que fue muy amiga, y el poeta jamaicano Linton Quincy Johnson. Había mezcla de edades y una sensibilidad que estaba surgiendo en muchos países a la vez.

-Luego vivió usted en Nueva York.

-Fue una confluencia de cosas. Christina Rosenvinge, mi ex, fue a grabar un disco con Sonic Youth y a mí me vino bien porque tenía cierta sensación de popularidad en España con la que no me acababa de sentir a gusto.

-¿La popularidad sirve para algo?

-No sirve para nada. Además no hay que dejarse engañar. Salir en los medios no tiene nada que ver con la literatura, tampoco supone que aumente la lectura. Todo el mundo tiene una idea de quién era Bukowski y tampoco se lo lee tanto.

-Y hablando de estar en el escaparate de la actualidad, Christina Rosenvinge lo llama Bicho en ese libro de memorias que acaba de sacar. Espero que sea cariñoso...

-Es algo cariñoso, la manera en la que me llamaba. Christina es una escritora estupenda, me alegro de que haya sacado este libro.

-¿Se siente como una especie de norte para muchos jóvenes que están eclosionando ahora? Muchas de las cosas que eran más rompedoras cuando empezó a escribir hoy son mucho más normales en nuestra literatura.

-Sí, la fragmentación, el valor de la música, la transversalidad de la cultura… Puede ser, pero me da mucho pudor considerarlo así, la verdad. Creo que ahora está pasando algo parecido a lo que ocurrió cuando yo empecé a publicar, una especie de euforia editorial por el descubrimiento del joven que a veces no tiene el rigor necesario. Pero está bien porque le da oportunidad a mucha gente y luego que cada uno siga su camino.

-Hace poco un autor que le admira, Daniel Jiménez, publicó Las dos muertes de Ray Loriga

-Ha sido gracioso. Él pertenecía a un grupo, Los Plagiaristas, que escribían al estilo de otros autores, como ejercicios de estilo. Daniel me dijo que quería escribir algo sobre mí, algo parecido a un homenaje y que además pensaba matarme en la ficción. «Si no te gusta, cambio de idea». Pero me pareció bien, aunque lo de aparecer en todas las páginas de un libro me da un poco de agobio, la verdad.

-Michel Houellebecq se mató a sí mismo en una novela.

-[Ríe] Pues él me ha ahorrado todo ese trabajo.