Hasta 42 intentos hubo de matar a Hitler. Pero fue él mismo quien acabaría con su vida de un tiro en la cabeza el 30 de abril de 1945. Lo que impulsó a los miembros de la resistencia alemana -principalmente formada por militares- que entre 1938 y 1944 no cesaron de planear el asesinato del Führer fue “la empatía”, según el historiador y veterano de los servicios secretos israelís Danny Orbach, autor de ‘Las conspiraciones contra Hitler’ (Tusquets). “Eran hombres y mujeres a los que les preocupaban profundamente las vidas y los sentimientos de las otras personas. Su empatía les impidió hacer caso omiso de las atrocidades que presenciaban y del hecho de que su país se precipitara hacia la derrota” y sobre ella levantaron “un sistema de valores, ya fuera fe cristiana, patriotismo, socialismo, tradición militar prusiana o humanismo”, que unido “a un coraje excepcional”, les llevó a arriesgar sus vidas para lograrlo.

Aunque se ha escrito largamente sobre el tema ('Matar a Hitler', de Roger Moorhouse, u 'Objetivo matar a Hitler', de Gabriel Glasman, son ejemplos), Orbach investigó durante una década en archivos de varios países y en diarios, memorias o sumarios para indagar en los motivos de los conspiradores alemanes y construir el relato cronológico de la creciente red de resistencia interior, formada mayoritariamente por militares que “siguieron en sus puestos sintiéndose culpables por tener que participar” en las masacres nazis y porque creían que lo mejor era hacer “oposición desde dentro”.

Según Orbach, Claus von Stauffenberg, carismático líder de la resistencia en 1944 y ejecutor de la famosa ‘operación Valkiria’, “creía que la locura militar de Hitler atraería el desastre sobre Alemania y que sus crímenes perseguirían su nombre durante generaciones”. “Estamos atrayendo un odio que algún día afectará a nuestros hijos”, diría. Tras matar al dictador, los golpistas iban a justificarse ante el pueblo acusándole de “establecer un reinado de terror” y de “sacrificar ejércitos enteros para satisfacer su ansia de gloria y su megalomanía”.

Para el autor, uno de los motivos decisivos para oponerse fue que “discrepaban con Hitler sobre la mejor manera de ganar la guerra”. Cuanto más veían acercarse la derrota “más ansiosos estaban por salvar a su país”, porque su moralidad, afirma, pasaba por el patriotismo. Pero también “el horror” ante los asesinatos en masa fue para muchos determinante para implicarse. Aunque no faltaran entre ellos los antisemitas, no aprobaban la violencia contra los judíos. Dijo el comandante Helmuth Stieff: “Arrancar a generaciones enteras, incluyendo mujeres y niños, solo lo pueden hacer subhumanos que no se merecen llamar alemanes. Me avergüenzo de ser alemán. Esta minoría, con sus asesinatos, pillajes e incendios intencionados (...) traerá el desastre sobre todos nosotros a menos que los detengamos con rapidez”. O Hermann Kaiser, capitán en la reserva, que vio en la “revuelta armada” la única forma de frenar la deriva nazi: “Solo la destitución forzada del hombre omnipotente puede provocar el cambio sanador”.

EL LOBO SOLITARIO

La resistencia vio cómo el azar o la suerte de Hitler frustraban un intento tras otro. El 8 de noviembre de 1939 el carpintero y relojero alemán Georg Elser, auténtico lobo solitario, culminó “un intento de asesinato altamente sofisticado, sin la ayuda de nadie”, recreado en el cine en ‘13 minutos para matar a Hitler’ (2015, dirigida por Oliver Hirschbiegel). Hizo explotar una bomba, diseñada sin mecha y con dos relojes, en la cervecería Bürgerbräukeller de Múnich causando ocho muertos y 60 heridos. Hacía 13 minutos que Hitler había salido del local tras su habitual discurso anual para conmemorar el aniversario de su intento fracasado de derrocar la República de Weimar en 1923. Había avanzado su partida porque el mal tiempo le impedía volar y debía volver a Berlín en tren.

La resistencia alemana fue sumando miembros desde 1938, cuando aún era, según Orbach, un pequeño círculo de amigos y parientes, “una camarilla de oficiales de inteligencia y del alto mando militar”, la mayoría de las élites, con hombres como Carl Friedirch Goerdeler (exalcalde de Leipzig), el oficial de inteligencia Hans Bernd Gisevius, el almirante Canaris o el general Ludwig Beck, quien ya aquel año planeó un golpe de Estado para cuando Hitler ordenara invadir Checoslovaquia, justificándolo ante el pueblo porque el dictador, “uno de los hombres más malvados que han pisado nunca la faz de la Tierra”, estaría provocando una guerra.

UN FRACASO TRAS OTRO

Hasta 1944 con la ‘operación Valkiria’ (llevada al cine en el 2008 con Tom Cruise), con Von Stauffenberg convertido en líder, no cesaron de intentarlo. Ejemplos no faltan. Para el oficial Henning von Tresckow, cerebro de varios atentados y uno de los líderes de la resistencia, había que erradicar a Hitler “como si fuera un perro loco que pone en peligro a la humanidad”. El 13 de marzo de 1943 montó una bomba con un detonador activado por ácido, la ocultó en dos botellas de Cointreau, y le pidió al teniente coronel Hein Brandt si podía llevarlas como regalo de su parte al coronel Helmuth Stieff porque Brandt volvía en el mismo avión que “el archicriminal” Hitler del frente ruso. Pero el detonador no funcionó, por las bajas temperaturas durante el vuelo o un defecto del explosivo. Tresckow cambió el ‘regalo’ por otro aduciendo un error para evitar que se descubriera el explosivo.

VOLUNTARIOS SUICIDAS

En marzo de 1943, el oficial de inteligencia Rudolf-Christoph von Gersdorff fue voluntario para sacrificarse detonando una bomba cerca de Hitler durante una visita a la armería de Berlín, pero este pasó como una centella sin darle tiempo a activar el detonador; en noviembre, otro voluntario suicida, el capitán Axel von dem Bussche, iba a usar igual fórmula en un pase de nuevos uniformes, pero se canceló porque el tren que los llevaba fue bombardeado; Bussche quiso repetir el intento pero fue herido en el frente ruso y en su lugar se ofreció Ewald-Heinrich von Kleist, pero la exhibición volvió a suspenderse; tampoco logró poco después, en marzo de 1944, el capitán Eberhard von Breitenbuch llegar a disparar a la cabeza a Hitler en su chalet de Berchtesgaden, en los Alpes bávaros.

Ante tantos fracasos, Stauffenberg decidió matar él mismo al “asesino en serie” y el 11 de julio entró con una bomba encima en una reunión con Hitler. No la hizo estallar porque no estaba Himmler. Lo mismo le ocurrió cuatro días después. Finalmente, sí logró que estallara el 20 de julio, en el marco de la conocida ‘operación Valkiria'. Entró con un maletín con la bomba en su interior en la reunión de Hitler con sus generales en la Guarida del Lobo, su cuartel general en los bosques de Prusia oriental. Al poco se excusó y salió sin saber que el coronel Brandt había movido el maletín con el pie alejándolo de Hitler. La bomba causó cuatro muertos y ocho heridos. Pero el Führer, que solo sufrió heridas leves, pudo contarle un par de horas después a Mussolini, que había llegado de visita, que haber sobrevivido era “una señal de la providencia”: “La bomba estalló justo a mis pies (...) justo frente a mí un oficial voló literalmente por la ventana (...) Es evidente que no me va a pasar nada. Sin duda mi destino es seguir mi camino y completar mi tarea”.

Sttauffenberg y otros conspiradores como Beck, fueron fusilados inmediatamente después del fracaso del golpe de Estado. Les siguieron muchos más entre las 5.000 detenidos de la Gestapo.