Hacía tiempo que una película no generaba opiniones tan antitéticas. Desde su primera proyección en Festival de Venecia, Madre!, la última cinta del director Darren Aronofsky creó dos bandos claramente diferenciados sin que hubiera lugar para el término medio: mientras que a muchos les pareció una obra de arte, otros la consideraron como un auténtico insulto.

El cine del director norteamericano nunca ha dejado indiferente. Es un especialista en poner al público contra las cuerdas y tensar los hilos mientras disfruta situándose en territorios poco acomodaticios para provocar una reacción visceral. Sus universos obsesivos, sus personajes al borde de la abstracción, esa necesidad compulsiva que tiene de convertir en metáfora cualquier minúsculo detalle de la narración y su tendencia al manierismo formal, al abigarramiento estético y a la fragmentación narrativa, puede fascinar o irritar.

En todas sus películas hay una extraña mezcla entre pensamiento racional y búsqueda de la espiritualidad. Y casi siempre parecen desarrollarse en espacios mentales, en otro plano de la realidad que suele adquirir una naturaleza pesadillesca. El luchador (2008) sigue siendo su trabajo más concreto y físico, pero en realidad sus filmes se mueven alrededor de una extraña coreografía orgánica, como si tuvieran vida propia. Eso también ocurre en Madre!.

Ambientada en una mansión de reminiscencias góticas que parece respirar al ritmo de los protagonistas, transformándose en un lugar acogedor o en un entorno hostil. En ella vive una pareja aislada del mundanal ruido. Él (Javier Bardem), es un escritor en crisis creativa. Ella (Jennifer Lawrence), vive para servir a su marido. Hasta que su rutina se rompe cuando aparece un matrimonio (Michelle Pfeiffer y Ed Harris) dispuesto a convertir en caos esa falsa armonía.

El director sigue en todo momento la perspectiva del personaje de Lawrence. Acompaña con la cámara cada uno de sus movimientos, escudriña su rostro ante cualquier tipo de reacción y nos envuelve con su carácter puramente introspectivo. Nos introducimos literalmente en las entrañas de la protagonista y sentimos su angustia y su desorientación a medida que la realidad se descompone a su alrededor.

A partir de ahí, la anarquía se adueñará de la función, también la locura y la psicosis, y dejará de existir un manual de instrucciones para sumergirnos en el territorio de la fantasía y el horror. Lo que empieza siendo un cuento avieso sobre ogros y princesas acabará basculando entre el género de la home invasion y la metáfora desaforada en torno al concepto de creación.

Resulta complicado explicar Madre!. Está abierta a múltiples interpretaciones, porque está construida a partir de montones de metáforas que se superponen. Unos pueden verla como un choque entre contrarios (femenino/masculino, pureza/perversión); otros, como una descripción de la crisis de la pareja, o incluso como una recreación de todos los males que contiene la sociedad (guerras, racismo, fanatismo) y que nos conducen al borde del pandemónium. Y habrá quienes la consideren como una tomadura de pelo y la obra de un narcisista.

Lo que es indiscutible es el carácter mitológico y religioso que alberga la propuesta, casi como si se tratara de una película de tesis teológica: ella simbolizaría la Madre Tierra. Él sería el Creador. También tenemos a Caín y a Abel, a Adán y Eva, al hijo prometido para ser el Mesías, el jardín del Edén. El propio Aronofsky ha revelado que se trata de su particular reescritura del libro de la Génesis. Así que, en el fondo, está jugando a ser Dios.