‘BELLAS DURMIENTES’

Stephen y Owen King

Plaza & Janés

«Sobre la cabeza de la mujer dormida se propagaba una sustancia blanquecina en movimiento: hebras blancas, como telarañas, que se elevaban desde sus mejillas, se desplegaban sin pausa y se depositaban en la piel, recubriéndola. Nuevas hebras se formaban a partir de las ya extendidas, y en seguida revistieron la cara, formando una máscara que pronto envolvería toda la cabeza. En la penumbra del cobertizo, revoloteaban en círculo unas mariposas». Eso es lo que pasa en Bellas durmientes cuando una mujer comete el error de dormirse. Casi se agotan el café, el Red Bull y las anfetas.

Todo empieza en Dooling, un pueblecito de los Apalaches, con un brutal asesinato en un laboratorio de metanfetamina. Una vez Evie Black, la asesina, en la cárcel local, asistimos a la propagación del virus Aurora. Las mujeres lo contraen y, al dormirse, quedan plácidamente encerradas en una especie de capullo orgánico, pero si alguien las despierta se convierten en terribles asesinas, dispuestas a acabar con quienes las rodeen, así sean sus propios hijos y maridos.

70 PERSONAJES / El libro se presenta, como en su edición original, con una lista de personajes: 70. Tiene 765 páginas. Las primeras 200 se dedican casi exclusivamente a presentarnos a los protagonistas, entre los que destaca el matrimonio Norcross: ella, Lila, sheriff del distrito; él, Clinton, psiquiatra de la cárcel. Todas las presentaciones se acogen meritoriamente a la norma de mostrar a los personajes por medio de la acción. Algunas son explosivas.

Hacia la mitad de la novela toma protagonismo el elemento fantástico: algunas mujeres dormidas habitan un mundo paralelo al que se accede por un Árbol Madre más o menos simbólico y que facilita la existencia, entre otras cosas, de animales que hablan: zorros, ratas, un tigre y hasta un pájaro verde. Interesante desdoblamiento de la cuestión de género: fantástico versus realista; pero también masculino versus femenino. Hay dos mundos, sí, pero más allá de que en uno se apliquen las leyes físicas comunes y en el otro no, resulta que en uno solo hay mujeres y en el otro, paulatinamente, van quedando solo hombres.

Mujeres sutiles bajo cuyo mando sería mucho más fácil salvar este desgraciado planeta, claro; hombres insensibles, siempre dispuestos a recurrir a la violencia, por supuesto. Lila, la sheriff, está convencida de que las mujeres son mejores policías que los hombres porque «tienen un don natural para imponer orden». ¿Por qué? Pues porque los hijos, como los delincuentes, tienden a ser belicosos y destructivos. La simplificación del feminismo tiene un tufillo machista.

La segunda mitad de la novela nos aboca a una batalla épica, algo lastrada por el innecesario protagonismo del mensaje ideológico: el insomnio, la tensión con que responde a la violencia una sociedad aislada, la propia idea de la propagación de una pandemia... Bellas durmientes es irregular: puro King en sus mejores pasajes, sorprendentemente blanda en los peores, nos deja con la malsana curiosidad de especular cuál habrá sido el reparto de papeles entre el padre y el hijo a la hora de sentarse a escribir.