Todas las previsiones metereológicas coincidían en que el jueves iba a caer sobre Lanuza poco menos que el diluvio universal. Se equivocaron. En vez de la tromba, 3.000 espectadores se congregaron en Pirineos Sur para escuchar a Ojos de Brujo. A la banda barcelonesa y a la formación Hipnotix, de la República Checa, que abrió la velada.

Ojos de Brujo gustó a un público con ganas de traca. Interpretó todas las canciones de Barí , su disco más reciente, y piezas más antiguas, concluyendo el concierto con una juerguecilla de esas que tanto entusiasmo despiertan en los aficionados. Su combinación de compás flamenco, hip hop y electrónica engancha. Engancha si no eres muy exigente o si te dan igual los detalles. Y es que Ojos de Brujo, a quien justo es reconocer su búsqueda, se ha apalancado en los hallazgos, y a tirar. Ni su técnico de sonido supo aprovechar todas las posibilidades que brinda un lugar como el Auditorio Natural de Lanuza.

FALTA DE MATICES

Así las cosas, el riesgo y la rasmia de sus conciertos de antaño han sido sustituidos hogaño por un fluir sin matices y, en ocasiones, bastante pelma. Unase a eso los sermoncillos entre pieza y pieza de la cantante de la banda, quien debería figurar en los calendarios como Santa Marina del Buen Rollito.

Bien están las reivindicaciones, que se comparten, pero ese tono, mezcla de caseta de feria de ONG y sesión de terapia colectiva, cansa. Volviendo a la música, algunos momentos de interés, y poca cosa más. Estos ojos, por ahora, miran pero no embrujan.

Por otra parte, la mezcla de electrónica de baratillo y pespuntes del subcontinente indio de la formación Hipnotix tampoco aportó excitación a la noche. Parece que la formación checa no tiene muy claro qué propuesta quiere armar, y en ausencia de ese criterio se marca programa salpicado de bailes de discoteca serie B, batiburrillos etno-tecno-rock y cánticos bengalíes cumpleaños. Much about nothing, que diría el viejo William.